jueves, 9 de agosto de 2012

Capaz o incapaz


Capaz o incapaz 
Jeux d’enfants o Quiéreme si te atreves , título con que el film se estrenó en nuestro país. ( Yann Samuel, 2003)


La historia trata de un juego, de un reto constante que apunta como fin el de ser capaz o incapaz de amar, parece ser.  
Diálogos interesantes, nutridos, y personajes que evolucionan de manera transversal, cruzándose sin tregua.
El carácter irracional de los retos que se proponen el uno al otro desbancan cualquier concepción que se pueda tener sobre comportamiento cívico, responsabilidad o respeto mutuo. La transgresión  se convierte en el arma que esgrimen para rebelarse ante todo, incluidos ellos mismos. Una y otra vez  cargan contra su relación o sus propias vidas, no podría ser de otra manera. Es un film con tintes surrealistas, en el que, opino, el matiz romántico es superado ampliamente por una subyugante atmósfera modernista, el afán de epatar crece a medida que maduran los personajes.

Pretexto íntimo.
Comparten algo esencial, el dolor de no aceptar sus vidas, eso los une desde un principio. La estrategia evasiva que inventan transfiere a su existencia un valor añadido: la complicidad. Si los personajes madurasen al ritmo de los sentimientos, el reto consistiría en no dar vueltas para vivir la historia, trascender el placer de retar , no obtener el beneficio del poder sobre el otro sino  disfrutar del estímulo que la otra persona proporciona sin tener que jugarse la vida, humillar y humillarse, abandonar, olvidar, reencontrarse… Pero entonces, tal vez, no habría película. 
La historia se vuelve tan claustrofóbica que parece imposible encontrar otro modo de que acabe. Realmente el final recuerda a otros títulos en los que los personajes se ven abocados, de un modo u otro, a un destino fatal, sublimado, en este caso, por el hecho de que nunca han reconocido amarse, hasta el último instante. Y quizá , ni siquiera entonces. Admiten que hubieran sido capaces, no que lo hayan hecho.

Lo verdaderamente curioso es que vivan-mueran con la excusa de un juego. En el fondo de la historia persiste la frustración capaz-incapaz de vivir sin retos, sin la motivación permanente de que otra persona espere una respuesta y ello exija un rocambolesco desenlace.
Pretenden, de manera continuada, superar la hazaña del otro personaje, ser cada vez más crueles, más ingeniosos, más transgresores. Rezuman tiranía y avidez por elevarse sobre sí mismos para pisotear la anterior propuesta. Muestran un deseo obsesivo de posesión, mas, no con el fin de amar, entiendo, sino para no perder parte en el juego y así,  perpetuarlo eternamente. Se trata de una extraña combinación de extremos que se atraen y afinidad hasta las últimas consecuencias. Interesante con matices.

En ocasiones, en el cine, las relaciones también se tejen en función del poder de una persona sobre otra, en el pulso que las obliga a mantener la tensión sin que se resuelva en empate, como sería deseable, compartir el riesgo, asumir la responsabilidad a partes iguales, y el placer, por descontado. Sólo quedan igualados ante la muerte. ¿Moraleja?
La vida está plagada de historias así. Quizá no haya por medio una bonita caja con intercambios múltiples, sí es posible que haya una bonita amiga, pero las reglas vienen a ser las mismas. Y a veces, resulta obvio, consentimos que el tiempo pase jugando. El carrusel:  ficticio. El dolor: real.
Nos autoconvencemos de que sin ese juego es imposible seguir. Justificamos los medios: el placer obtenido es superior, con diferencia, a cualquier otra experiencia por intensa que sea. Prolongamos la escena, el extremo de una espiral enlaza con la siguiente hasta convertir nuestros sentimientos en una oscura maraña , y a poco que nos descuidemos, nos cae encima el líquido viscoso de una hormigonera. Aunque metafóricamente, el resultado es idéntico.
En ese instante lo habremos conseguido. Seremos dueños de un bonito corazón-cadáver coronado por serpentinas. Sin duda debe parecer romántico.
Llegados a este extremo, me declaro definitivamente incapaz de continuar el juego.

martes, 7 de agosto de 2012

Anatomía


Escotadura supraesternal, ese lugar del cuello…
Lo había olvidado hasta que volví a ver "El paciente inglés" (Anthony Minghella, 1996) hace unos días.
Yo no le pediría al rey que esa parte del cuerpo llevara mi nombre, sino que desearía quedarme a vivir ahí. No sé qué resulta más ambicioso. En cualquier caso, ambas opciones responden a un modo nada pragmático de entender la vida, soy consciente.
La película en cuestión me pareció en exceso dramática, como un viejo bolero que nunca se olvida y siempre hiere; se asemeja demasiado a los deseos no cumplidos, los que perviven a pesar del tiempo transcurrido.
Al cabo de los años, el film es el mismo, yo, no.
Aún recuerdo que un día quise vivir en la escotadura supraesternal de una mujer. Pese a todo, en mi historia no hay nazis, ni ella muere en la Gruta de los Nadadores, no hay guerra, la casa es confortable, el aire acondicionado funciona, hay suficiente agua y... me pregunto qué habrá sido de la escotadura.
Según avanzo en el libro que me ocupa estoy más en sintonía con la autora: las grandes expectativas nunca se cumplen, siempre quedan encalladas en meros deseos, sin más.
La consecuencia de apreciar las pequeñas cosas de la vida, el tópico que tarde o temprano todo el mundo repite, no es más que resignarse a comer patatas con vinagre porque no es posible degustar fantásticos manjares a diario, como diría, en tono más estoico, Lord Byron. Sin embargo, cuando pienso en el lugar perfecto para vivir, me viene la imagen de la escotadura supraesternal: donde tomar una copa fría en verano o escuchar como crepita el fuego en invierno. La escotadura, sin duda, previene el mal humor y nos repara del inefable paso del tiempo, calma la ansiedad y reconforta de los sinsabores. Debieran recomendarla en los manuales de vida sana junto a las proteínas vegetales y las vitaminas. Cantidad diaria : a voluntad, y no estoy bromeando. De no ser así, una puede ir al cine con asiduidad, refugiarse en escotaduras pasajeras o paraísos alternativos. 
Estoy convencida de que a L. Almásy le pesó más haber perdido la escotadura de K. Clifton que las quemaduras mortales que padecía. Comprensible, la escotadura es esencial.

“Morimos, morimos ricos en amantes y tribus, cuerpos en los que nos sumergimos como si nadáramos en un río, miedos en los que nos refugiamos como en esta triste gruta. Quiero todas esas marcas en mi cuerpo… Sé que vendrás y me llevarás al Palacio de los Vientos”, escribió K. Clifton en su cuaderno... y no tuve ocasión de continuar anotando.

Queda claro que con el tiempo una puede acostumbrarse a vivir en cualquier otro sitio, todo depende del horizonte de expectativas, pero ninguno tendrá el mismo poder de recrear el deseo ávido de otra piel... Ese queda reservado a la caricia de las dunas con luz rasante.

jueves, 17 de mayo de 2012

Para Sebastian Lubeck


Querido Sebastian:
Soy consciente de que el género epistolar está pasado de moda, sin embargo, no me resisto a escribirte utilizando esta especie de híbrido entre carta y mail que adquieren a veces los blogs. En el fondo me resulta fascinante, podemos sintetizar la comunicación personal y al tiempo, que algunas personas más, pocas, me consta, asistan al acto de nuestro encuentro. Imagino, salvando las distancias literarias, que esto podrían haber hecho en esta época Virginia Woolf con sus Cartas a mujeres, Rilke con Cartas a Benvenuta o Cartas a un joven poeta o Violet Trefusis y Vita Sackville -West, correspondencia recogida en el magnífico libro Cartas de amor a Vita.
Esto es, evidentemente, una carta de amor correspondido, aunque la forma de corresponder sea algo heterodoxa, como permite, y es de agradecer,  el tiempo que vivimos.
¿Qué amo de ti? La voz, te lo he dicho innumerables veces. La reflexión, la forma de abrazarme, el respeto, el esfuerzo que haces por comprender cuestiones que, inexorablemente, se escapan de tus manos aunque no del resto de tus sentidos. Tu mesura, algo que compensa mi desmesura. 
Al cabo de los años, muchos, me sigues queriendo. Te lo he puesto difícil, estoy segura,  no se me escapa el detalle. 
Y termino, por ahora, con un extracto de una de las cartas de Violet a Vita. No puedo decirlo mejor que ella para continuar nuestra perpetua conversación. Querido...

“Sé malvada, sé valiente, emborráchate, sé imprudente, sé disoluta, sé despótica, sé anarquista, sé una fanática religiosa, sé una sufragista, sé lo que quieras, pero por piedad te pido que lo seas hasta el límite.
Vive, vive plenamente, vive apasionadamente, vive desastrosamente. Vive toda la gama de experiencias humanas, construye, destruye, vuelve a construir.
¡Vive, vivamos tú y yo, como no ha vivido nadie hasta ahora, exploremos e investiguemos, avancemos sin miedo por donde hasta los más intrépidos han titubeado y se han detenido!”

Violet Trefusis

miércoles, 16 de mayo de 2012

Ficciones, al fin y al cabo.


Se trata de una vieja película, aunque era la primera vez que la veía.
Me habían contado extractos, sin embargo, nunca me atrajo este tipo de cine. La trama es tópica. Intimidad, En la cama, Habitación en Roma, etcétera. Dos desconocidos que se acuestan. En este caso, él es un tipo de unos 40 años, sexualmente muy activo, algo canalla en su gestión de las relaciones personales, aunque esa es una apreciación subjetiva, directo, arrogante y no exento de atractivo físico. El matiz está, quizá, como en Los chicos están bien, en la peculiaridad de la protagonista. Ella es una mujer algo mayor que él, lesbiana y con una enorme necesidad de afecto e intimidad tras una larga serie de relaciones frustradas. Se acercan, juegan, se seducen, y el sexo es agradable. Pero sólo es eso, no hay conversación, sólo contacto, deseo, excitación, lenguaje carente de sentimientos. Nada que objetar.
Tras varias horas se despiden y deciden no volver a hablar del tema.
No sé si me gustó la película, tampoco por qué fui a verla. Resultaba predecible, no había sorpresa ni enigma que resolver. Las aristas de los personajes, de haberlas, quedaron suspendidas en la atmósfera cargada de la habitación, como partículas esenciales que flotan alrededor sin adherirse a la piel.
En el fondo, supongo, buscaban lo que todo el mundo, algo que no tenían, algo que no encontraron.
Lo que pude entrever es que el deseo hacia el otro no era del otro, sino de un afán exclusivo que sólo las ficciones tienen el privilegio de transmitir.
Las películas se repiten, las ficciones también. Y la vida, quizá y sólo quizá, sea la ficción más perfecta dentro de la imperfección que posee cualquier deseo.
En definitiva, puede que las relaciones sean algo comparable a las curvas pluviométricas de los climas extremos. Períodos en los que una o bien se ahoga por las inundaciones, o bien se quema de sed por la pertinacia de la sequía.

domingo, 29 de abril de 2012

La habitación de T.

Tras varias horas de viaje llegué a Barcelona el 3 de Abril por la tarde. Recuerdo las primeras palabras de Sam en el aeropuerto,“ creí que eras más alta”, yo también, pensé, creí que era más alta. Besos, risas, tapas, cervezas, más abrazos, más risas… pasada la medianoche me instalé en la habitación de T. Me recordó vagamente a un lugar conocido aunque al instante no supe nombrarlo. Justo antes de dormir averigüé que estaba en una de las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, ¿el nombre? Tendría que pensarlo, y probablemente, sería una ciudad recreada en varias. En ella me sentí abrazada por personajes de cuento. Para llegar, como en cualquier ciudad amurallada que se precie, hube de escalar. Deliberé con los guardianes e intercambié mi transida memoria por una más fresca, adaptada al momento.
En la ciudad la consigna era el juego. A veces éramos monstruos y otras personajes de “La guerra de las galaxias” en pijama. T. reía constantemente, Sam reía y preguntaba, reflexionaba sobre las respuestas y volvía a preguntar.
Yo, reía, preguntaba y salía a fumar haciendo tiempo para entender las respuestas, no las de Sam, las mías. Sam lo tenía claro.

En noches sucesivas, la habitación de T. se metamorfoseó . En esta ocasión, era una estancia sobria con dos camas en las que repartí, de manera desigual tanto el agotamiento como el estrés emocional de los últimos días. La casa se hallaba en un pueblo cercano al mar donde no dejó de llover en todo el tiempo. Desde el balancín de la terraza contemplaba las viviendas escalonadas en la ladera mientras hacía bocetos del jardín y el huerto.  La siguiente noche, la habitación de T., semejante al camarote del capitán de un barco, me dejó con la melancolía de la madurez y los sueños vencidos. Añoré la primera habitación, en la que T. me inundó con su karma infantil, su risa, su calma de niño adorado y la seguridad de sus juegos. De los sueños de la primera extraje paz. De la segunda, consciencia.
Durante tres días Sam continuó preguntando, en el jardín, en el huerto o en el frontón que utilizábamos como improvisado campo de fútbol. ¿Por qué fumas? Mi respuesta me dolió tanto que quise borrarla. Pero él lo entendió perfectamente. Me abrazó, y de vuelta a casa, se quedó dormido en el coche. No pude despedirme de él. Sin embargo, me despedí de la parte de mi vida que en aquellos días se revolvió violentamente. 

Las habitaciones en que dormimos son testigos de fenómenos extraños y de los cambios que se operan en nuestro interior, al tiempo que los sueños se intercalan como agujas en un bastidor. En el haz aparecen los colores y la trama en todo su esplendor, es en el envés donde se aprecian los nudos y la dificultad del bordado. Y es, por definición, donde el bordado se transforma en un extraño tatuaje de trazo irreconocible y dolor conocido, aunque sea, definitivamente, el último dolor previsto. 

"Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno", (Borges).


domingo, 1 de abril de 2012

Tránsitos de riesgo


Iniciar un trayecto suele ser muy sencillo, basta seguir la línea de los días,
aparcar en el lugar indicado, mostrar respeto, las normas, las personas,
las señales, etcétera.
Detener el trayecto de súbito, como hachazo en el aire, aún no está previsto.
El resultado puede ser, cuando menos, traumático.
La distancia, que casi nadie aplica, volatiliza la seguridad en un instante.
Te empotras contra alguien, desplazas el corazón de su sitio, rompes el 
esternón, que a estas alturas, navega tibiamente por la sangre que borbotea 
del pecho. En un momento querrás hacer que se sienta mejor, colocar su 
cabeza sobre algo blando, que perciba tu rostro, tu voz amable, no te 
preocupes, dices, todo irá bien.
Al instante, los servicios de urgencias ratifican lo que estabas pensando.
Nada pudimos hacer, para cuando llegamos el cadáver lloraba 
desconsoladamente.
Deberíamos tener más cuidado si circulamos por la vida de alguien.
Los hospitales están saturados de corazones en silla de ruedas.
Lesión irreversible.

viernes, 30 de marzo de 2012

Una jornada particular, 29-M


“Un jornada particular “ no es sólo la excelente película dirigida por Ettore Scola y protagonizada por Sophia Loren y Marcello Mastroianni. En este caso quería referirme a la de ayer, 29-M, o al día en que la 1ª Huelga General del mandato del PP se convirtió en una farsa al estilo de las mejores obras del teatro del absurdo. Mientras miles de manifestantes – unos bajo la estela de las insignias, otros sobre la base de la conciencia- atravesábamos las calles, la ciudad se desperezaba como un festivo cualquiera. Los veladores se agazapaban a la espera del paso de la manifestación para desplegar sus (pan)cartas de cervezas y tapas. Los gritos ante el Corte Inglés, custodiado por unos cuantos agentes de policía, no alteraron el ritmo del semáforo más transitado de la ciudad que, minutos después, mostraba toda la “normalidad” de que somos capaces, la insolidaridad más absoluta.
No estoy de acuerdo con todas las acciones, como tampoco lo estoy cuando tras la “fiesta del fútbol” se queman contenedores o se destroza el mobiliario urbano. La única diferencia es que la acción de los piquetes enerva más a los-as ciudadanos-as que la violencia “común”, y por común aludo a la que se despoja de ideología, de contenido. Supongo que faltan referentes para constatar que la misma elocuencia no envuelve a los dos discursos.
Entiendo que una Huelga General no es el tránsito pactado de miles de personas como corderos de un lado a otro de la ciudad, sino la protesta más contundente que pueda haber contra un sistema establecido. ¿Se puede tal vez negar que la cifra de paro se acerca a los 6 millones de personas? ¿Y que esa cifra no está cerrada? ¿Es legítimo, sólo por criticar a los sindicatos, despojar de razón a esos 6 millones de personas? ¿Tenemos derecho a comparar la sutilidad de la coacción de las empresas a los-as trabajadores-as con los gritos a la puerta de un comercio o la rotura de un escaparate? Los gritos no despiden a nadie ni transforman su vida en un infierno, la reforma laboral sí, lo mismo que tantas acciones efectuadas en los últimos años para que la recesión no sea sólo económica. El receso está latente en la privatización de los servicios más elementales, aquellos que nos distinguían de los países gobernados por el capitalismo radical. 
Como escribía acertadamente E. Gil Calvo en el artículo de ayer en El País, “unos utilizan la política de la fobia, los otros, la del amedrentamiento”. Tendrían que aprender a hacer política simplemente por el bien común, algo que se presupone, pero que no se “presupuesta”, terrible paradoja.
El gobierno, precisamente, no tiene las manos limpias. Nosotros-as, tras la jornada particular de ayer, las tenemos –a lo sumo- tiznadas por la quema de algún contenedor, que por cierto, también se paga con nuestros impuestos.

Al menos, se garantiza que las fábricas de contenedores y las cristalerías no cerrarán, algo es algo.

Sólo de vez en cuando, justamente.


“De vez en cuando la vida te besa en la boca” J.M. Serrat

Y de vez en cuando la sencillez de las palabras desnudas nos sorprende, 
nos despoja de la retórica, va por delante, sin duda.
Pero la sorpresa no está quizá tanto en las palabras como en el hecho de 
que un beso en la boca puede ser cualquier  cosa. Cualquier cosa menos 
el desaliento. El beso físico, el roce de los labios no existe necesariamente, 
pero me acaricia el cerebro, o una parte dolorida de la piel, o tal vez se 
instala entre los músculos, ¿qué importa? Es un beso en la boca en toda regla.
Y no es amor platónico, no estoy hablando de eso. Estoy en la metáfora del 
dolor vencido, atenuado, finito, acabado, agonizante y leve.
No es preciso que el beso me atraviese para saber que está, saberlo es mi
ventaja. Nada me lo arrebata. Prescindo de la prisa, del vertebrado enjambre
de las matemáticas. En este momento, no necesito la geografía ni el calendario. 
Conozco el sitio exacto y el instante. ¿Cómo no conocerlo? Los verbos, 
los pronombres…la extensión de la Pampa… todo es irrelevante. 
Lo único certero es que deletreo un beso porque lo tengo dentro,  en la yema 
de los dedos, en los ojos, y nada que decir sobre su procedencia, pero llega 
a mi boca, porque los versos llegan a donde quieren aunque el destino los 
entretenga como el amor al tiempo, o tal vez al contrario.  
Las dudas no me implican, no por ahora. Está en mi boca, y a menudo, 
sólo por distracción, rozo mis labios, apenas, para sentirlo ahí.
Los besos de la vida son como caracolas, su espiral puede llegar 
al infinito, pese a que éste sea, querida Chantal, “la sorpresa de los límites”.



miércoles, 22 de febrero de 2012

Diferencias

Diferencia suele ser aquello que nos distingue, que nos modula con un valor
esencialmente dispar, original y único, que nos dota de alguna capacidad o
cualidad singular, discrepancia, diversidad...la defiendo, adoro la diferencia.
Cualquier asimilación de un ser a otro si no es casual, resulta indeseable.
La diferencia es el brillo de cada partícula esencial, la elección, tal vez
inconsciente, genética incluso, pero hermosa en su individualidad.

Diferencia también es la oposición tenaz, el matiz separatista que reafirma
la discusión y que añade , probablemente, dificultad a la comunicación.

Hablando en términos pictóricos o de color, los matices adquieren también
distintas comnotaciones, contrastes por complementariedad, por afinidad...
en cualquier ámbito que referenciemos podremos encontrar que la diferencia
adquiere varios sentidos.

La ambivalencia de algunos términos deriva en confusión, sin embargo, me
seduce pensar que todo tiene la posibilidad de subvertir su propio significado
en base a la relatividad o al principio de incertidumbre.

La seguridad de los horarios es afín a la conciencia del tiempo medido, a las
cuadrículas de los radares, a los histogramas de las gráficas o a las curvas
termométricas.
No obstante, la vida se parece más, será la influencia nefasta del capitalismo,
a los valores de bolsa, nunca se sabe qué puede ocurrir, de pronto se gana o
se pierde todo, el riesgo es el denominador común, el riesgo y la valentía de
"comprar o vender" en el momento justo, cambiar lo que poseemos por un
valor quizá en alza, sólo que mañana, o en unas horas, ese mismo valor
observa su línea caer en picado y desaparece de la pantalla luminosa de los
valores positivos, para formar parte, una vez más , de aquello de lo hay que
deshacerse, y en ocasiones es la "diferencia" la que marca el modo de
aprehender o desprenderse de algo.
Lo vital es el deseo, el valor que anhelamos. Lo necesario es el cambio,
la voluntad de concretar nuestras ansias.
Todo es legítimo, todo salvo la depredación. En ese instante, se descompone
el significado de los objetivos vitales transformándolos en meros caprichos.
Pasamos a ser cazadores o furtivos, peor aún, depredadores ocultos que
esperan el momento de satisfacerse sin la menor consideración.
Lo terrible es la diferencia. Mientras los furtivos son conscientes de la cacería,
nadie a su alrededor tiene conciencia de víctima, sólo ocurre cuando tras la
destrucción alguien se convierte en trofeo, en muesca en la culata del "rifle"
o en número en la lista de amantes, ¿qué más da?
¿La diferencia? Apostar y arriesgar la piel a conciencia o estar en el punto de
mira de un francotirador.
Pero en el bosque los significados de subvierten con facilidad.
Alguien acostumbrado a cazar no atiende a las señales de riesgo  y parece
probable que termine siendo más muescas en las culatas de varios rifles.
¿La diferencia? Ser consciente de la capacidad ambivalente no sólo de los
términos, sino de los significados que les otorgamos.

"Hay quien camina por el bosque, y no ve más que leña para el fuego" (Proverbio ruso)

domingo, 12 de febrero de 2012

Epílogo de un epílogo

Y quizá es que no lo deseo, pero ocurrirá.

Quizá es la botella que se quedó en la nevera ansiando el instante
de ser derramada entre saliva y humo, entre risas cuyo eco
es más lejano al paso de las horas, mientras araña el piso,
como un pesado mueble que no sabemos dónde colocar,
el deseo de no volver.

Quizá es la mañana en que descubro el silencio, la garganta rota,
el cansancio, el vacío en el buzón de entrada.
También es la puerta trasera por la que quiero escapar sin ser vista,
la que atranqué mientras duraban los efectos de la borrachera
de besos y ansias, la que ahora no encuentro o no me sirve.
El daño alcanzó mis órganos vitales, quemaduras de tercer grado
en cerebro y corazón.

¡Qué tontería! Me atrevo a pensar, me siento ebria y no he bebido aún.
Aún.

Extraño juego, quizá. Extraña pérdida y extraños argumentos,
como para un poema de Rilke, ataviados con su mayor elocuencia
y tan enrevesadamente sencillos, sólo hay que llegar al final
para entenderlo todo.

"Lo hermoso acaba en destrucción".