“Un jornada particular “
no es sólo la excelente película dirigida por Ettore Scola y protagonizada por
Sophia Loren y Marcello Mastroianni. En este caso quería
referirme a la de ayer, 29-M, o al día en que la 1ª Huelga General del mandato
del PP se convirtió en una farsa al estilo de las mejores obras del teatro del
absurdo. Mientras miles de manifestantes – unos bajo la estela de las
insignias, otros sobre la base de la conciencia- atravesábamos las calles, la
ciudad se desperezaba como un festivo cualquiera. Los veladores se agazapaban a
la espera del paso de la manifestación para desplegar sus (pan)cartas de cervezas y
tapas. Los gritos ante el Corte Inglés, custodiado por unos cuantos agentes de
policía, no alteraron el ritmo del semáforo más transitado de la ciudad que, minutos después, mostraba toda la “normalidad” de que somos capaces, la
insolidaridad más absoluta.
No estoy de acuerdo con
todas las acciones, como tampoco lo estoy cuando tras la “fiesta del fútbol” se
queman contenedores o se destroza el mobiliario urbano. La única diferencia es
que la acción de los piquetes enerva más a los-as ciudadanos-as que la
violencia “común”, y por común aludo a la que se despoja de ideología, de
contenido. Supongo que faltan referentes para constatar que la misma elocuencia
no envuelve a los dos discursos.
Entiendo que una Huelga
General no es el tránsito pactado de miles de personas como corderos de un lado
a otro de la ciudad, sino la protesta más contundente que pueda haber contra un sistema establecido. ¿Se puede tal vez negar que la cifra de paro se acerca a
los 6 millones de personas? ¿Y que esa cifra no está cerrada? ¿Es legítimo, sólo por
criticar a los sindicatos, despojar de razón a esos 6 millones de personas?
¿Tenemos derecho a comparar la sutilidad de la coacción de las empresas a
los-as trabajadores-as con los gritos a la puerta de un comercio o la rotura de
un escaparate? Los gritos no despiden a nadie ni transforman su vida en un
infierno, la reforma laboral sí, lo mismo que tantas acciones efectuadas en los
últimos años para que la recesión no sea sólo económica. El receso está latente
en la privatización de los servicios más elementales, aquellos que nos
distinguían de los países gobernados por el capitalismo radical.
Como escribía
acertadamente E. Gil Calvo en el artículo de ayer en El
País, “unos utilizan la política de la fobia, los otros, la del
amedrentamiento”. Tendrían que aprender a hacer política simplemente por el
bien común, algo que se presupone, pero que no se “presupuesta”, terrible
paradoja.
El gobierno, precisamente,
no tiene las manos limpias. Nosotros-as, tras la jornada particular de ayer,
las tenemos –a lo sumo- tiznadas por la quema de algún contenedor, que
por cierto, también se paga con nuestros impuestos.
Al menos, se garantiza que
las fábricas de contenedores y las cristalerías no cerrarán, algo es algo.
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