“De vez en cuando la vida te besa en la boca” J.M. Serrat
Y de vez en cuando la sencillez de las palabras desnudas nos sorprende,
nos despoja de la retórica, va por delante, sin duda.
Pero la sorpresa no está quizá tanto en las palabras como en
el hecho de
que un beso en la boca puede ser cualquier cosa. Cualquier cosa menos
el desaliento. El beso físico, el roce
de los labios no existe necesariamente,
pero me acaricia el
cerebro, o una parte dolorida de la piel, o tal vez se
instala entre los músculos, ¿qué importa? Es un beso en la boca en toda regla.
Y no es amor platónico, no estoy hablando de eso. Estoy en la metáfora del
dolor vencido, atenuado, finito, acabado, agonizante y
leve.
No es preciso que el beso me atraviese para saber que está, saberlo es mi
ventaja. Nada me lo arrebata. Prescindo de la prisa, del vertebrado enjambre
de las matemáticas. En este momento, no necesito la geografía ni el calendario.
ventaja. Nada me lo arrebata. Prescindo de la prisa, del vertebrado enjambre
de las matemáticas. En este momento, no necesito la geografía ni el calendario.
Conozco el sitio exacto y el
instante. ¿Cómo no conocerlo? Los verbos,
los pronombres…la extensión
de la Pampa… todo es irrelevante.
Lo único certero es que deletreo un
beso porque lo tengo dentro, en la yema
de los dedos, en los ojos, y nada
que decir sobre su procedencia, pero llega
a mi boca, porque los versos
llegan a donde quieren aunque el destino los
entretenga como el amor al tiempo, o tal vez al contrario.
Las dudas no me implican, no por ahora. Está en mi boca, y a menudo,
sólo por distracción, rozo mis
labios, apenas, para sentirlo ahí.
Los besos de la vida son como caracolas, su espiral puede
llegar
al infinito, pese a que éste sea, querida Chantal, “la sorpresa de los
límites”.
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