Se trata de una vieja película,
aunque era la primera vez que la veía.
Me habían contado extractos, sin
embargo, nunca me atrajo este tipo de cine. La trama es tópica.
Intimidad, En la cama, Habitación en Roma, etcétera. Dos desconocidos que se
acuestan. En este caso, él es un tipo de unos 40 años, sexualmente muy activo,
algo canalla en su gestión de las relaciones personales, aunque esa es una
apreciación subjetiva, directo, arrogante y no exento de atractivo físico. El
matiz está, quizá, como en Los chicos están bien, en la peculiaridad de la
protagonista. Ella es una mujer algo mayor que él, lesbiana y con una enorme
necesidad de afecto e intimidad tras una larga serie de relaciones frustradas.
Se acercan, juegan, se seducen, y el sexo es agradable. Pero sólo es eso, no
hay conversación, sólo contacto, deseo, excitación, lenguaje carente de
sentimientos. Nada que objetar.
Tras varias horas se despiden y
deciden no volver a hablar del tema.
No sé si me gustó la película,
tampoco por qué fui a verla. Resultaba predecible, no había sorpresa ni enigma
que resolver. Las aristas de los personajes, de haberlas, quedaron suspendidas
en la atmósfera cargada de la habitación, como partículas esenciales que flotan
alrededor sin adherirse a la piel.
En el fondo, supongo, buscaban lo
que todo el mundo, algo que no tenían, algo que no encontraron.
Lo que pude entrever es que el
deseo hacia el otro no era del otro, sino de un afán exclusivo que sólo las
ficciones tienen el privilegio de transmitir.
Las películas se repiten, las
ficciones también. Y la vida, quizá y sólo quizá, sea la ficción más perfecta
dentro de la imperfección que posee cualquier deseo.
En definitiva, puede que las
relaciones sean algo comparable a las curvas pluviométricas de los climas extremos.
Períodos en los que una o bien se ahoga por las inundaciones, o bien se quema
de sed por la pertinacia de la sequía.
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