miércoles, 31 de diciembre de 2008

Lo que nos queda. Lo que no

Lo que queda del 2008 apenas es visible ya en lo referente a tiempo.
Sí lo es, y mucho, en el recuerdo y en cuanto a inventario emocional.

El año se dejó caer a contrapié. Los planes se quebraron.
Acabé paseando frente al mar justo antes de la cena y maldiciéndome
por no ser capaz de estar en otra parte.
Con este equipaje supe que el año venía marcado por la necesidad de
cambiar en la estructura y en el fondo, en lo visible y en lo innombrable.

Las estructuras que manejamos , siendo sencillas, requieren cierta
habilidad, sobre todo a la hora de no cebarnos en el autoengaño,
en la complacencia del "esto es lo que quería", en la comodidad del
"a estas alturas ya no es fácil cambiar", en la culpabilidad de saber
que cualquier decisión afecta a otros de manera distinta, incisiva...
El sentido del cambio es bidireccional, o transversal al menos a otras
cuantas vidas a las que añadiremos perjuicio en valores
proporcionales a nuestro beneficio, generalmente.

Y casi en el último día me doy cuenta de que algo pude hacer.
La manera, acertada o fallida, pero al cabo, estoy al otro lado.
Los adioses cedieron , abracé el mar en sentido contrario,
Desenfundé mi rabia y disparé con balas de fogueo, me destroné
sin prisa. Me fundí el mes de octubre, bebí la copa rota,
me sangraron los labios, llené de contenido algunos versos para
entrar a matar, sin más preámbulos, me invadieron los besos
y el teléfono ardió.

Ahora quiero aprender más de todos los "otros" y de mi,
en cualquier parte.
Mudar para ir llegando, romperme, recolocar las piezas incluso
donde no imaginaba.
Pero no es fácil desestructurarse para empezar de nuevo,
quizá porque empezar de nuevo desde el mismo lugar, es ,
si cabe, más duro que estar en otra parte. Y porque el mismo sitio,
que es también el yo culpable y autoengañado, es el ineludible
viejo compañero para el nuevo viaje.

Así las cosas, haré bien brindando con algo de oro en la copa,
o en el zapato, o quemando papeles, no sé, lo que se me ocurra
que pueda atenuar de alguna forma la inevitabilidad de vivir otro
año más conmigo.
Ahí es nada.

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