jueves, 25 de diciembre de 2008

Síndrome post-Nochebuena

Y me siento agotada.
El esfuerzo es muy superior a la compensación. Mejor debiera decir esfuerzos. Porque se diversifican. Dejar a un lado lo que pienso-siento con respecto a estas fechas. Renombrar las tareas, renombrar los propósitos y atajar las ganas de decir, sinceramente, me caes mal. Pero siempre me avisan, si vienes, ten paciencia. Y voy, por si es el último año, por miedo o culpabilidad. Todo son condiciones, lo tengo claro, por eso no vuelvo hasta el año siguiente, me salto Navidad, Nochevieja, Año nuevo, y todos los nombres de comidas y cenas con mayúsculas. Me salto lo que queda del año, los visito con regularidad, pero sin horarios y con mis condiciones, no quiero más.
La familia es un lastre, una herencia vital, una mordaza, un pilar con alambre de espinas alrededor, un espejismo... aún no he recuperado mi vida después de convivir con ellos 20 años, y hace más de 20 que no vivo con ellos, pero no es suficiente.
Dentro de unas semanas, querré, como siempre, a algunos de ellos, y otros seguirán siendo la rebaba que queda cuando cortas metal, pueden segarte un dedo apenas te descuides.
La familia es el centro del pequeño universo que habitamos; un compromiso impuesto por la moral cristiana; un nido donde a veces te dan de comer y otras te envenenan; un teléfono que funciona en una sola dirección. Puedes decir qué quieres, pero apenas sabrás si alguien lo ha escuchado, más bien sentirás que nadie lo ha escuchado, generalmente.

Y el binomio Familia-Navidad es el colmo del despropósito, el abismo al que nadie desea acercarse, pero al que todos vamos, corderamente; al que nos entregamos con la esperanza ciega de mirar-y estamos ciegos- un año diferente, un grupo de personas pensando en los demás, alguien colaborando, un abrazo, un ¿cómo estás? sin-un-estar molesto-por-qué-sé-yo-qué-te-dije-la-última-Nochebuena.

Es curioso observar como de unos años a acá, el día de Nochebuena, la mayoría nos vamos de copas desde por la mañana, y no con la familia, sino con los-as amigos-as, (esa es la familia que tengo), pero ¿por celebrar qué?. En un arranque de mala intención, como es el día de síndrome, creo que es por llegar con media borrachera al lugar donde nos esperan para cenar, todos juntos, por inercia y rutina, sin amor y en compañía.

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