viernes, 26 de diciembre de 2008

Viernes de despedida

Lo sé, estaba anunciado, los viernes me despido.
Supongo que practico para el viernes definitivo, aunque llegado el momento, pueda ser cualquier otro día de la semana.

El abismo se crece independientemente del almanaque.
Me desbarajusta todo si se expande, por ejemplo, un jueves.
Pero es prerrogativa del abismo acometer tareas de esa índole, la mía, reconocer, si no estoy muy perdida, qué está pasando e irme despidiendo.
Irme borrando letras de los mensajes, dejar sólo los tiernos, los inocuos, eliminar, aceleradamente, los apasionados, desdibujar la risa, o el tono de las palabras que pierden su sentido los viernes, si no, en algún descuido, me saltan en el rostro, dejándome al amparo de esta rabia de no saber si un viernes vale un mensaje doble, donde tuvieron sitio las palabras más dulces, el púrpura en los labios, el calor de la piel, el tacto, los gemidos, la humedad de los besos, y todo ello, seguido muy de cerca por el verbo venir en imperativo presente.

Duele saber que es viernes, y es vigente mi acuerdo de despedida.
Aún duele más que no me lo revoques.

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