viernes, 2 de enero de 2009

Carpe Diem o como escapar de la propia conciencia.
















Una mañana de invierno, tras una larga noche de viento,
descubrí con estupor que un plástico de los que algún vecino
utilizaba para proteger la ropa de la helada nocturna, se había
enredado en el árbol que hay justo delante de mi ventana.

Al principio me molestó tanto que intenté calcular la distancia
para ver si con un palo podía separarlo de las ramas.
Resultó imposible.

Cuando observaba el árbol desde la calle ofrecía un espectáculo
extraño, aquel plástico ondeando como parte de sus ramas...
A los pocos días me di cuenta de que resultaba ser un espejo
fantástico, un juego de luces que amagaba entre las ramas ,
un reflejo del sol, de la lluvia o el viento, un motivo, un reclamo...
llamaba mi atención de forma extraordinaria.

Empecé a hacerle fotos.
Al amanecer los rayos del sol se filtraban con un naranja rotundo
que el plástico, no del todo transparente, matizaba de manera
desigual según sus dobleces y si había un poquito de brisa, ahh!
vibraba con un leve balanceo como si estuviera vivo, se hinchaba,
volvía, su respiración me animaba a seguir su tránsito por las
ramas del árbol. A veces semejaba un ángel, otras un pez, unos
días brillaba y otros absorbía el hollín, pero siempre, su sombra
itinerante enredaba una rama, y otra y otra, en un afán sin tregua
de no salir del plano.
Hasta llegada la primavera observé su quebranto, su lucha ,
su crepúsculo.
Han pasado los meses, apenas unos hilachos grisáceos recuerdan
lo que fue, de su alma anaranjada y henchida sólo queda la foto,
testigo también de aquellos días en que enfadada con el tiempo,
lo dejaba perder...
Ya el plástico no está. Pasó otro invierno.

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