domingo, 8 de febrero de 2009

El mismo café, distinto café.

La literatura, la música, el cine, todos los ámbitos usuales de la ficción están plagados de historias de amor perdidas, dolorosas, que terminan con elevado coste personal para alguno de los implicados, y en muchas de ellas encontramos al personaje del avisador, si no como un personaje en sí, como una situación que nos pone tras la pista de que esa historia no llegará a buen fin.
En la vida es igual, existen los avisos, verbales o circunstanciales a los cuales podemos, o no, echar cuentas, como si se tratase de un listado de películas, esta la veo, esta no, o de una mano de cartas, estoy servida - me planto/apuesto, envido...y órdago. Ignoramos lo que "llevan" los demás , pero somos conscientes de la fuerza que empuja nuestras ansias, o de su opuesto, el miedo a competir por un premio incierto.

Persistiendo en el juego, conseguí que la suerte se sentara en mis rodillas, pero tiene segunda parte: que he de compartirla con el Oceáno Atlántico, y eso, para casi todo el mundo, es terreno movedizo, ah! el Atlántico es mucho! y a pesar de todo, me siento invulnerable, aunque sea mentira. Hago caso omiso a las advertencias de cuidado o precaución que se me hacen, unas relacionadas con todas las diferencias existentes,
otras con las heridas que sufrirá mi corazón, derivadas de una relación elevada en semejante estructura.
Y sí, es para dar miedo, pero de momento, no he visto que sea para tenerlo.

Definitivamente, la vida puede ser una ficción muy tentadora.
¿Quién se atreve a cuestionarlo?
Aunque los asideros son extraños, la invención perpetúa el deseo algo más que la química.
La costumbre es constatar que hablamos de lo mismo cuando hablamos de algo, que sentimos lo mismo, que una taza de café es igual para cada quién, y no tiene por qué.
El mismo café extraído del termo de Jasmin
podía ser delicioso para unos y nefasto para otros, (Bagdad Café, de Percy Adlon).

En la diferencia está el gusto por vivir. En la oposición tenaz, en el matiz separatista que reafirma la discusión y añade , probablemente, dificultad a la comunicación, aunque al mismo tiempo, sea el brillo de cada partícula esencial: la elección, tal vez inconsciente, o genética incluso, pero hermosa en su individualidad.

Y me opongo, febrilmente, a guardarme las ganas.

Por lo demás, mi corazón va bien, las heridas que esta historia le infiera
están por descubrir. Ahora viaja, atribulado, entre la ensoñación de las palabras y el desvarío del tiempo. Y es feliz, que no he dicho, hasta ahora, por pudor, pero ya no lo niego.
No hay por qué temer a las heridas, están, estarán ahí, como parte de un todo irrenunciable, ¿o se puede obviar la vida?

No atiendo a los avisos.
La historia podrá resultar, o no, tendremos nuestro tiempo, o no,
nos veremos , o no...todo, absolutamente todo tiene una alternativa "no" en este instante, todo excepto sentir, eso es ineludible.
Eso, y mis cafés contigo.

2 comentarios:

  1. "En nuestros días un corazón roto da para muchas ediciones". Oscar Wilde



    A pesar del Atlántico, de los cafés sin compartir –en el sentido literal-, de tu cabello enmarañado que no puedo revolver, de las ansias acumuladas infamemente en el rincón de mi cama, de las frases de filmes que guardamos en nuestra no Moleskine, cada quien desde su extremo de la nostalgia, de las noches en que sólo tenemos los mensajes para saciar mi ansiedad por ti; tu ansiedad por mí, de la música que suena sin que nuestras extremidades puedan conjugarlas en un mismo instante de la piel, a pesar de todos nuestros "a pesar", sé que nos esperamos, que nos tenemos, no hay más, somos tú y yo.

    y el café... creo que es el mismo.

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  2. Necesito más palabras jaja. Hoy HBO me mostró una frase de Octavio Paz, lo mejor "...las palabras arden...", yo ardo al leer las tuyas.
    Y en el comentario anterior me sobró una ese(s), jaja.

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