viernes, 11 de noviembre de 2011

Estratigrafía emocional

estratigrafía

(Del lat. strātus, lecho, y -grafía).

1. f. Estudio de los estratos arqueológicos, históricos, lingüísticos, sociales, etc.

2. f. Geol. Parte de la geología que estudia la disposición y caracteres de las rocas sedimentarias estratificadas.

3. f. Geol. Disposición seriada de las rocas sedimentarias de un terreno o formación.

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Imagino poder seccionar la trayectoria emocional de las personas, e igual que si se tratara de una roca, un yacimiento arqueológico o un terreno completamente desconocido, obtener una cantidad de datos insospechada que nos llevase a su comprensión. Sería algo parecido al psicoanálisis, pero más gráfico. Una vista sobre la sección, y ante nuestros ojos aparecerían los períodos de crisis, los momentos felices, las frustraciones de toda la vida, las buenas relaciones, las nefastas, el dolor por las pérdidas, en fin, toda una serie de estratos diversos que nos darían cuenta de la evolución emocional de cada cual. 
De este modo, observaríamos el primer estrato, la infancia, salpicando de un extremo al otro todas las experiencias. En algunas personas, se extiende a períodos posteriores, de modo que tanto en los estratos de la adolescencia, juventud o madurez, podríamos encontrar filtraciones de una capa antigua, trazando vetas de conflictos irresolubles allí donde lo ideal sería hallar firmeza y buena cimentación, un sustrato sólido que garantizara el apoyo de estratos superiores, más extensos tanto en temporalidad como en funcionalidad. Creo que esta es una de las claves. En arqueología, los sustratos inferiores tienen la capacidad de alterar a los superiores ,y viceversa, bajo la influencia de factores externos, provocados o fortuitos. En la vida sólo es posible ir ascendiendo, lo cual no significa mejorar, necesariamente, aunque sería lo deseable. La "arqueología emocional" muestra como somos después de lo vivido, cada experiencia buena o mala nos "moldea" para la siguiente etapa, de manera que el estrato superior será una especie de turrón trufado entre lo que sabemos que queremos (el chocolate), el miedo a sufrir (la almendra amarga), los sueños sin cumplir (espacio aún no relleno, ¿arroz inflado, tal vez?), las decepciones (¿esto no llevaba licor?) y el último balance (mala relación calidad precio), el alto valor que otorguemos a algo no garantiza la satisfacción, estimación subjetiva, por supuesto.

Me gustaría insistir en la imposible estratificación de los sueños, salvo que se hayan cumplido, puesto que, de un modo científico, sólo cuentan las vivencias reales. Aún así, los anhelos forman parte de la vida. Los deseos,( desde un punto de vista pragmático) suponen un estigma con el que lidiar buena parte del tiempo, aunque en ocasiones, nuestra pervivencia dependa de la suya, y por más que algunos sustratos infames pretendan frustrar su afán, la memoria de los sueños es tan pertinaz como el tiempo. En esto, "los autores no se ponen de acuerdo", como diría alguien que conozco. Por un lado, los sueños representarían zonas huecas sobre las cuales no podrían asentarse sedimentos firmes, un lastre, un cierre en falso del terreno sentimental, ya complejo. Por otro, conformarían la materia flexible , nada desdeñable, con que amortiguar los sedimentos invasores, violentos, que se instauran en nuestro sustrato sin previo consentimiento o movidos por los caprichos imperialistas de otras arqueologías emocionales.
Coincido con esto último. 

Un corazón seccionado, que muestra suturas estratificadas en distintos niveles de temporalidad, sólo puede subsistir por puro afán. Podríamos volver al diccionario, pero no creo que haga falta. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

Toxicidad V, y basta




En días posteriores al accidente me sentí débil. La busqué, sin resultado,
obvio. La manera de estar para la otra oscilaba en una sola dirección,
sus necesidades. El dolor de los otros es pura anécdota, al fin y al cabo.
Me he castigado de sobra por sentir, por intentarlo, por maquillar las
humillaciones y el desinterés. No estaba ciega, aquello dolía como una
mordaza de alambre pero lo que una quiere es algo que sucede, no hay
modo de cambiarlo. Lo que la otra no quiere, tampoco. La diferencia
radica en la honestidad, básicamente, en asumir que lo que no se dice
adquiere el mismo grado de falsedad que lo que no se siente, al margen
de las buenas intenciones, que, a estas alturas, quedaron en el subsuelo.
De nada vale lamentar el tiempo perdido ni esperar que alguien revise su
conciencia para percibir el daño que hace. Hay cerebros que se autoengañan
simplemente para no cuestionarse, se resetean a voluntad y pasar página
resulta tan sencillo como comer chocolate.
Parece ser que las percepciones sobre la realidad son ilusorias.
Constantemente nos centramos en imágenes que pueden pertenecer a un
grado de consciencia diferente al que creemos, damos por cierto lo que
vemos, incluso podemos llegar a completar las piezas de un puzzle confuso.
En este punto, deduzco, el cerebro puede equivocarse, sobre todo tratando
de desentrañar lo que no se le muestra.
Las cábalas están bien para jugar pero no son prácticas para enfrentarse a lo
cotidiano, más aún, si una se enamora de un cerebro caprichoso y volátil, más
ocupado en la autocomplacencia que en el análisis.

La crítica es incómoda, mejor el chocolate.

sábado, 15 de octubre de 2011

Toxicidad IV

Pensaba que ya sólo quedaba mejorar.
El día era perfecto. Ejercicio a primera hora, clases en la facultad,
ir de compras y cerveza con un par de amigas para planificar una escapada
de fin de semana.
14:30 aproximadamente. Bajaba con la bici por el cruce del Ayuntamiento,
camino a casa. Lo siguiente que recuerdo es el techo de la ambulancia y yo
tendida con un collarín cervical, alguien preguntando cómo me llamo,
si sé qué día es, etc. Rostros a contraluz que aparecen y desaparecen de mi
ángulo de visión mientras me extraen sangre, me aplican hielo en la cara...
Intento recomponer la realidad, creo que estoy soñando.
No sé qué ha pasado. Perdí la consciencia poco antes de golpear mi cabeza
contra el asfalto.
Continúo sin recordar. Giré en la esquina para enfilar la calle y no sé más.
Me descalzan, me hacen un electrocardiograma. Buscan mi móvil
entre las cosas que alguien ha recogido del suelo y me preguntan a quién
avisan del accidente. Nombro a la amiga con la que estuve poco antes, L.G.,
no quiero alarmar a mis padres, no sé donde está mi familia, y tú no existes.
Cuando llegamos al hospital sólo veo techos, placas de escayola que se
suceden, de vez en cuando el marco de una puerta, luces, destellos,
rejillas de aire acondicionado. No puedo mover el cuello, pero aún no
me duele tanto como hoy. Ignoro cuánto más me tendrán aquí antes de
decirme que estoy bien. Es lo que espero oír. Intento recordar cosas, mi
número de la S. Social, el Dni, ese tipo de datos. Entre tanto ha llegado
mi hermana y mi hermano C. espera fuera. Sólo un acompañante por paciente.
Me despido de L.G.
No sé si allí dentro te recordé en algún momento. Aunque lloré, supongo
que de miedo tras el shock, me sentí profundamente triste.
De madrugada, en casa, mientras mi hermano C. se instalaba en el salón
para mantenerme vigilada, pensé en ti y volví a llorar. Te echaba de menos,
hubiera deseado que estuvieras conmigo, tus cuidados, pero no eras tú,
quizá era el mito de ti que creé para esas ocasiones, porque realmente no
hubieras estado.
Imagino que se trata sólo del resto tóxico que aún corre por mis venas,
una ilusión más, alejada por completo de la realidad que vivimos.
Una percepción errónea de mi cerebro.
Del accidente me quedan: un hermoso derrame alrededor del ojo,
magulladuras y contusiones múltiples, confusión e inseguridad en mi
motricidad... lo normal.
Pero lo que lamento realmente, y es una sensación que crece con la distancia,
es que tu recuerdo no haya desaparecido junto con los 15 minutos de mi vida
que continúan en el limbo de la inconsciencia.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Toxicidad III

4:20 AM. Me despierta un dolor imprevisto. A estas horas suelo
estar a merced de la amnesia obligada del sueño. Hace frío,
por fin, pero no es el frío lo que me ha despertado. Entre mi piel
y tu inconsciencia se ha clavado algo. Retiro con cuidado la
sábana y ahí está, alojado apaciblemente, tu último sms:
"te echo de menos, pero no es nada".
Lo extraigo como puedo, aunque no es fácil. Me levanto a fumar.
Pienso en buscar en el diccionario el verbo echar-de-menos, por si
me he perdido algo y durante las últimas horas las palabras han
cambiado de significado. Puede que haya habido un terremoto
semántico. No sé.
Intento entender por qué esa pequeña secuencia de palabras se
me clava en el costado y me molesta.
La nada existe, estoy segura, pero el contexto es importante,
y en este, precisamente, lo uno contradice a lo otro.
Me pregunto por qué usar el lenguaje de un modo tan arbitrario.
Estoy cansada de adivinar los significados opuestos,
las contradicciones y el ilógico reparto de responsabilidades sobre
lo que se dice. Mejor callar, sencillamente, y dejar que el sueño
haga su trabajo y acomode poco a poco al olvido. Es complicado
conciliar el deseo con la nada si ésta viene trufada de ambigüedad.
Sólo ansío la nada que no me das, el vacío. Y que al desaparecer
te lleves el principio de contradicción que con tanto esmero
has acuñado para todas las palabras que, pese a quién pese,
tienen significado propio en contextos transparentes.
Porque echar de menos, no es nada.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Toxicidad II

Intento vivir el momento. Y el momento es que mientras limpio la casa pongo
la cafetera y enciendo un cigarro. En el mismo espacio comparto cuaderno,
café, limpiacristales y todo lo que suele haber sobre la mesa.
A pesar de que tengo puestos los auriculares, escucho los vaivenes de la lavadora.
Me quedo mirando el ramillete de flores de poleo que conservo desde el
verano pasado. Creo que son las únicas flores secas que no le recuerdan
a la muerte. Voy a tirarlo.

Al final, como en cada historia vivida, quedan multitud de "hilos"
(querida Chantal) que nos remiten, inexorablemente, a plantear de nuevo
nuestra incapacidad para amar y a volver al fantasma de la persona perfecta
que habita en cada cual según los referentes, experiencias, pragmatismo...
género? Estoy convencida de que no existe "la persona ", y si existiera,
quedaría pendiente - además de encontrarla- la cuestión
casi irresoluble de que seamos "su persona". Labor incierta, cuando menos.

Los "hilos" sueltos terminan alrededor de nuestro cuello, intentando
ahorcarnos con los propios lazos que tejemos para evitar que las personas
que amamos desaparezcan de nuestras vidas.

martes, 20 de septiembre de 2011

Toxicidad I

En el mismo instante de abrir los ojos me intoxico.
Café, cigarro y tu nombre colgado del último hilo del sueño.
¿Qué haces ahí todavía? Tengo que trabajar.

Agnes. Claudia Faci

"La belleza no es una cualidad fija, es una diálogo en curso"

Curtis White


Cuando entré en la sala apenas veía por donde caminar. Oscuridad casi total.
La obra había comenzado. Bromeé con el técnico de sonido. Realmente temía
tropezar con alguien. Tanto miedo a tropezar, a equivocarme...la broma es sólo el mecanismo del miedo.
Ella, Claudia- Agnes--Chantal, interpretaba un texto sobre el infinito.
Recordé el verso de Chantal Maillard, "el infinito no existe, el infinito es
la sorpresa de los límites".
Empecé a trabajar. Buscaba algo de luz que me permitiera enfocar las fotos. Encuadraba su cuerpo, sus manos... de repente se movía, se removía poseída por una fuerza motriz bestial, no sé si era feliz o agonizaba. Giraba alrededor del escenario, ninguna parte de su cuerpo permanecía inmóvil. Yo, de momento, intentaba hacer mi trabajo, aún no me había captado.
La luz y sus movimientos me hacían difícil continuar, y comencé a escucharla.
Cantaba, bebía, fumaba, bailaba. A veces ¿era ella? a veces era yo.
Bailaba en medio de una luz rojiza, casi en penumbra. Se desnudó en una esquina del escenario, sin artificios, piel, cicatrices, hermosa y vulnerable. Cambió de vestido. En ese justo momento me adivinó entre las sombras, me delató y no pude seguir trabajando. No sé si estaba en el guión. Lo dudo.
Aunque ahora se movía para mi, para mi cámara, el rubor hizo que me sentara y soltara el equipo en la silla de al lado. Ya sólo pude escuchar, ver, y dejarme embargar por su propuesta.
Adoptaba posturas comprometidas, obscenas - según para quién-, se revolvía, era completamente libre en aquel escenario de pocos metros. Rellenaba su copa, fumaba de nuevo, evidenciaba quien era, y era, como cualquier mujer de la sala. Era todas las mujeres. Ridícula, impetuosa, seductora, lúcida, irónica... Mortalmente real. Imagino que alguien pensó que era excesiva¿?.
No, en absoluto. Condensar en pocos minutos tanta emoción no es fácil. No hubo exceso, no para mi. Frustración, deseo, muerte, desamor, pérdida...decía: ¿para qué anhelar ver el deseo convertido en una triste y rutinaria colada tendida al sol? Hablada de la convivencia, de los hilos, pensé, más que hilos. Ahora se rodeaba el cuello con el cable del micro, vivir con la soga al cuello, la realidad es la soga al cuello.
Mientras compartía su botella de cava con algunos espectadores, desveló un deseo que albergaba, un milagro: que alguien, al final de la obra, la besara. Al terminar, sin moverse de la silla, la besó toda la sala. Yo, al menos, lo hice. Profundamente.