domingo, 25 de septiembre de 2011

Toxicidad III

4:20 AM. Me despierta un dolor imprevisto. A estas horas suelo
estar a merced de la amnesia obligada del sueño. Hace frío,
por fin, pero no es el frío lo que me ha despertado. Entre mi piel
y tu inconsciencia se ha clavado algo. Retiro con cuidado la
sábana y ahí está, alojado apaciblemente, tu último sms:
"te echo de menos, pero no es nada".
Lo extraigo como puedo, aunque no es fácil. Me levanto a fumar.
Pienso en buscar en el diccionario el verbo echar-de-menos, por si
me he perdido algo y durante las últimas horas las palabras han
cambiado de significado. Puede que haya habido un terremoto
semántico. No sé.
Intento entender por qué esa pequeña secuencia de palabras se
me clava en el costado y me molesta.
La nada existe, estoy segura, pero el contexto es importante,
y en este, precisamente, lo uno contradice a lo otro.
Me pregunto por qué usar el lenguaje de un modo tan arbitrario.
Estoy cansada de adivinar los significados opuestos,
las contradicciones y el ilógico reparto de responsabilidades sobre
lo que se dice. Mejor callar, sencillamente, y dejar que el sueño
haga su trabajo y acomode poco a poco al olvido. Es complicado
conciliar el deseo con la nada si ésta viene trufada de ambigüedad.
Sólo ansío la nada que no me das, el vacío. Y que al desaparecer
te lleves el principio de contradicción que con tanto esmero
has acuñado para todas las palabras que, pese a quién pese,
tienen significado propio en contextos transparentes.
Porque echar de menos, no es nada.


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