Ni
una palabra.
A
veces, ni una sola es necesaria.
Aunque
no se prevea el desenlace, aunque duela siquiera imaginarlo,
no
tiene un nombre o el nombre es prescindible.
Ninguna
palabra abarca el significado del
tiempo contenido, el desaliento, el vacío. ..
Ni
una palabra de alivio ni otra que
contrarreste el peso de la sombra,
ni
un rescoldo de calor que amilane el témpano instalado en las sienes.
Atravesamos
a menudo los umbrales del dolor extremo de otros, nos adentramos en las salas
escogidas para la exhibición de una intimidad apta para transeúntes.
Se
oyen murmullos lejanos, como un credo antiguo …
largos
silencios arropados apenas por un apretón de manos, abrazos templados,
condolencias
monocordes.
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Ni
una palabra necesito ahora, dos meses después.
Los
armarios prestan ya un espacio victorioso, la casa aún cruje en sus adentros,
la
fábula cedió ante el metal sonoro de los días.
No
puedo escribir, he huido. Ya no me encuentro allí, donde esperabas mi abrazo
y
yo, tu mejilla sin rasurar. Aféitate, papá, solía decirte, me gusta sentir tu
piel cuando
no
rasca la mía.
Y
volvemos, siempre volvemos al principio, aunque ese volver se asemeje más a un
fugaz
trampolín de salto hacia otro sitio. Otro sitio? Cómo saberlo?
En
los últimos días no pudimos afeitarte, tus mejillas se contrajeron, aunque
ignoraba si podrías oírme no dejé de hablarte, de contarte cosas, de besar tu
blanquecino rostro apenas estampado por la barba canosa y persistente. Lo que
más dolía eran tus ojos perdidos y brillantes, porque no sé si llorabas.
Guardé
una corbata que me gustaba; unos pañuelos de tela que, además de ser tuyos, me
hacen recordar el discurso de Herta Müller en la ceremonia de los Nobel sobre
la emotividad encubierta; unas camisetas que te traje de alguna escapada a las
ciudades que amo y una chaqueta que abrazo por las noches. Uno de los pañuelos
simula un tablero de ajedrez, siempre lo llevo en la mochila, nunca lo uso,
sólo quiero saber que está ahí, como en una partida constante. También conservo
los dibujos que te hice durante esos días en el hospital, sobre el periódico
del día tracé tu rostro, no sé por qué.
Nunca
somos de otros, papá. Sólo no lo decimos por preservar esa tangencial
oferta-posibilidad de independencia.
Escogí
tu último traje, y… llevabas un pañuelo.
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