domingo, 5 de abril de 2015

Ni una palabra


Ni una palabra.
A veces, ni una sola es necesaria.
Aunque no se prevea el desenlace, aunque duela siquiera imaginarlo,
no tiene un nombre o el nombre es prescindible.
Ninguna palabra  abarca el significado del tiempo contenido, el desaliento, el vacío. ..
Ni una palabra de alivio  ni otra que contrarreste el peso de la sombra,
ni un rescoldo de calor que amilane el témpano instalado en las sienes.
Atravesamos a menudo los umbrales del dolor extremo de otros, nos adentramos en las salas escogidas para la exhibición de una intimidad apta para transeúntes.
Se oyen murmullos lejanos, como un credo antiguo …
largos silencios arropados apenas por un apretón de manos, abrazos templados,
condolencias monocordes.
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Ni una palabra necesito ahora, dos meses después. 
Los armarios prestan ya un espacio victorioso, la casa aún cruje en sus adentros,
la fábula cedió ante el metal sonoro de los días.
No puedo escribir, he huido. Ya no me encuentro allí, donde esperabas mi abrazo
y yo, tu mejilla sin rasurar. Aféitate, papá, solía decirte, me gusta sentir tu piel cuando
no rasca la mía.
Y volvemos, siempre volvemos al principio, aunque ese volver se asemeje más a un
fugaz trampolín de salto hacia otro sitio. Otro sitio? Cómo saberlo?
En los últimos días no pudimos afeitarte, tus mejillas se contrajeron, aunque ignoraba si podrías oírme no dejé de hablarte, de contarte cosas, de besar tu blanquecino rostro apenas estampado por la barba canosa y persistente. Lo que más dolía eran tus ojos perdidos y brillantes, porque no sé si llorabas.

Guardé una corbata que me gustaba; unos pañuelos de tela que, además de ser tuyos, me hacen recordar el discurso de Herta Müller en la ceremonia de los Nobel sobre la emotividad encubierta; unas camisetas que te traje de alguna escapada a las ciudades que amo y una chaqueta que abrazo por las noches. Uno de los pañuelos simula un tablero de ajedrez, siempre lo llevo en la mochila, nunca lo uso, sólo quiero saber que está ahí, como en una partida constante. También conservo los dibujos que te hice durante esos días en el hospital, sobre el periódico del día tracé tu rostro, no sé por qué.

Nunca somos de otros, papá. Sólo no lo decimos por preservar esa tangencial oferta-posibilidad de independencia. 

Escogí tu último traje, y… llevabas un pañuelo.



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