sábado, 6 de marzo de 2010

Invierno de 2010


Aquel año no dejó de llover en todo el invierno. Acostumbrados a la habitual sequía añorábamos el agua, la atmósfera limpia y el regalo de ese olor a tierra húmeda. Durante las primeras semanas nos asomamos a la ventana para contemplar el paisaje urbano, las luces de los coches ondulando en el asfalto mojado, el viento meciendo los árboles. El horizonte atormentado de esas tardes sumidas en la oscuridad de litros de agua descargada, parecía desahogar nuestros corazones, a veces incluso salíamos a la calle sólo para humedecer nuestros rostros ávidos del beso de la lluvia. No renuncié a los paseos en bicicleta o caminando, el paraguas no era imprescindible.
Con el paso de los días, las semanas, los meses, la lluvia de tornó insoportable. El alivio de los pantanos desbordó el río al que miramos con admiración y temor. El río, mi lugar preferido de la ciudad, emblema de todo lo que fluye, de lo poco que siento fluir en este espacio cercado por la sierra, acotado, se convirtió de pronto en motivo de alarma, anegó tierras e inundó casas. Se llevó por delante las cosechas y los proyectos. El río, mi aliado, mi adorado, se volvió violento, crudo, la corriente bajaba con tanta fuerza que engullía todo a su paso. Cuando el nivel del agua bajó apenas unos centímetros, contemplamos como troncos de árboles enormes se habían quedado enganchados en los arcos del puente, ofreciendo una visión extraña, igual que los patos que ahora chapoteaban por los lugares habituales de nuestros paseos, nadaban entre los bancos del parque, asolados por toda la masa de lodo y ramas que arrastró la corriente.
Aquel invierno, sin duda, debieron aumentar los suicidios. Durante meses de lluvia perdimos la capacidad para disfrutar del aire, de la luz, del contacto exterior. Aún sin haber perdido nuestras casas o vernos afectados de un modo más trágico, nos volvimos huraños y desconfiados. Siempre mirando al cielo, maldiciendo, siempre con alguna tarea pendiente, cambiar el limpiaparabrisas, secar la ropa que llevaba días húmeda, llamar a la compañía de seguros para arreglar la gotera...Durante aquel invierno nos volvimos infelices. No sé si fue culpa de la lluvia, sólo que la lluvia era el aderezo de toda esa tristeza.

miércoles, 20 de enero de 2010

Balance de viejos propósitos

Me subí al coche sobre las 13h. El trayecto duró unos 12 minutos.
Durante ese tiempo sonaron en la radio Michael Jackson, Freddy
Mercury(de los que no soy fan) y mi adorado Hilario Camacho.
Los tres muertos, pensé.
Mientras Hilario se deshacía con su Tristeza de Amor, yo recordaba
las innumerables ocasiones en que su música me había hecho llorar.
Esta navidad he llorado menos, de todas formas. No sé si
por rebeldía o sencillamente es que me estoy haciendo mayor.
Los años nos acercan a una tristeza distinta, creo. Esa de lo que
ya no puedes negar que sabes, aunque estaría bien hacerse la loca,
intentar repetir hazañas, olvidar y desaprender, o empezar de nuevo
con la convicción de que esta vez las cosas pueden ser de otra manera.

Miro la agenda de 2010. No niego que el año tiene nombre peliculero.
Algo ficticio, sí, pero con el encanto que encierran las ficciones. Sin
embargo es tan real. Se abre otra ventana por la que, con suerte,
miraré 365 días.

En 2009 terminé mirando un poco raro. La ventana de sus días se
me acabó por cerrar en las narices, definitivamente. Me golpeó con
la sed devuelta de años atrás, con la frustración, la consabida
depresión de los tiempos mejores que se fueron, la reiterada
crisis emocional y la maldita pregunta que no cambia aunque
cumpla mil años: Qué voy a hacer con mi vida?
Pues sí, no voy avergonzarme de tener que preguntar lo que no sé.
Siempre envidié a quién sabía qué hacer con su "tiempo" desde que
era apenas adolescente, porque me parecía que era la mejor manera
de no perder el dichoso material que encaja perfectamente
en los relojes y hace quebradizas nuestras alas, en caso de tenerlas.
Con el paso de los años, me creí la ilusión de que la mejor manera
de pasar por aquí, era hacer cuantas más "cosas" mejor, dedicarme
a vivir cada vez de una forma, como una amante polígama que
a veces flirtea con una profesión, que recala en otra casualmente,
que "estudia" cosas inservibles en sentido pragmático, como una
adolescente , en realidad, o peor aún, como una retroadolescente,
sí, ya sé, el corrector me avisa de que he metido la pata, pero no
creo que se trate de ortografía, no es ese error el que me ocupa.
Son todos los errores, incluso los que no reconozco como tales.
Los que me han llevado a meterme en la piel de un ser que en
ocasiones se me parece y otras me resulta tan ajeno.
Cuando termina el año, esta vez algo después de que haya empezado
el siguiente, los propósitos no son dejar de fumar o ir al gimnasio,
ni siquiera estudiar inglés, aunque falta me haría, pero no,
los propósitos son poder mirarme al espejo y reconocerme.
Y es que a veces, no sé si me estoy perdiendo en esta búsqueda
intangible que me hace maximizar los deseos y minimizar las
realidades.
El desencanto está asegurado, sin duda alguna.
Según el psicólogo Barry Schwartz, las personas nos dividimos
en maximizadoras y satisfactoras. Es decir, unas queremos lo mejor
de todo, tengamos o no constancia de su existencia, y otras valoran
tener lo suficiente para estar bien. No somos más felices por tener
más donde elegir, de hecho, el asunto de la elección aunque nos
haga más libres, nos ahoga.
Por lo tanto, más es menos, según la entrevista que le hacía
E. Punset.
La cuestión es : en qué momento hay que dejar de buscar la mejor
opción?

Tengo que concluir que no existe la posibilidad de cambiar esto
a mitad de camino, es decir, si no salta una alarma que nos
ponga en órbita, si no distinguimos entre lo mejor o más razonable
de cada posibilidad, siempre cabrá la sospecha de que lo mejor
está por llegar.

Me abruma no saber cuándo me han contado este cuento y por qué
no lo puse en duda.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La familia, la propiedad privada y la navidad.

Parafraseo a Silvio Rodriguez. 

Lo hice. Aunque tuve que mentir. Me pesó mentir, 
decir que no estaría sola. Por momentos dudé de mi, 
de que estuviera haciendo lo idóneo. Pero me armé de valor, 
me autoconvencí. No tenía por qué seguir cumpliendo con algo 
que no me gusta en absoluto. Una tradición absurda si no se 
hace por el gusto de hacerlo. 
Reunirse en torno a una mesa demasiado llena de comida 
para que quepa nada más.
Esta noche buena fue la primera que pasé completamente sola. 
Me quedé en casa, cenando ensalada y sopa. Como cualquier noche. 
Era, además, mi cumpleaños. Llegado el momento me felicité. 

lunes, 3 de agosto de 2009

algunas relaciones

Algunas relaciones son como los hijos no deseados, mejor abortar
desde el principio, aceptar que no hay futuro y realizar una extirpación
aséptica en el primer estadio emocional, después todo se va en contemplar
la putrefacción de algo que creíamos hermoso y el consiguiente látigo
fustigando nuestro cerebro, aún perplejo, en el contenedor de basura.

miércoles, 15 de julio de 2009

Cronograma de una desaparición II

Atravesar el aire sin esfuerzo. Sorprender a los pájaros mientras disfruto de la levedad absoluta de mi cuerpo. Desaparecer en la bruma de la atmósfera sin mover un sólo dedo.
Fundirme -confundirme- con el humo de las chimeneas que se eleva pese a todo. Descansar.
Quedar libre de imágenes soñadas o recordadas.
No escribir, no pensar, olvidarme de todo. Anestesiar mis sentidos. No oír el teléfono ni leer el correo. Suspenderme, hibernar.
Imagino una cueva apartada del mundo que conozco o que añoro conocer.
En ella las palabras son transparentes hilos de agua cercados por el silencio, diminutas estalactitas inofensivas, inermes.
Conjugo los verbos,  no desear, no hablar, no argumentar, no expresar, no recorrer espacios conocidos, no esperar.
No saber usar el ordenador, no reconocer el teclado. No ser de alguien. No ser.
Desarrollo habilidades raras: Desde el exterior transito por mi rostro, ajena, imperturbable, inasequible, fría, huraña, arisca, escurridiza o invisible. Me descubro con calma. 
Mi apetito se diluye, mi alimento es la nada. La nada en paz. Casi como la muerte.
Como la muerte. El olvido.

miércoles, 1 de julio de 2009

Un cigarro más

Lo enciendo. Pretendo que dure, pero no. Se agota enseguida.

Una canción apenas, un párrafo leído o escrito, medio correo...se agota, se quema, realmente.

Me quemo también. Desmembro las horas. Al fin, sólo cansancio.

El enigma que no consigo descifrar, las horas, como un viejo automóvil abandonado en el arcén por avería o incluso, por no saber donde llevarlo, así siento este tiempo estancado.

No barajo las posibilidades. Me aburren los juegos de cartas. Danke schoen, darling.

El calor abruma, se me derriten las palabras, el dolor, los abrazos.

Me quedé apenas evocando su risa, ah!! no, su risa ... habría que entrar en más detalles
para evocar. 

Su espalda, la suerte que quería dedicar a su piel, las palabras entrecortadas,
don't get me wrong! Su olor, narcotizante como el bourbon después de la cerveza,  el enjambre donde se acumulan las sílabas que deposito en los borradores del correo.

Mañana es domingo. Esa palabra alberga menos favor de lo que parece. No es descanso, ni hay
premios. Todavía la soledad litigando febrilmente con las ganas. Hungry heart.

More, more...

lunes, 11 de mayo de 2009

los viajes inmediatos

Hablar es un viaje inmediato, sin programar.
Reconocer lo que debiera haberse callado es un viaje aplazado
pero necesario. El trayecto entre uno y otro resulta tan imprevisible,
tan agotador, que quizá me quedé casi sin palabras en alguna ocasión.
Las relaciones no son, necesariamente fáciles, lo sé.
Esta vez parecía imprescindible huir del cálculo para
encontrar el margen que buscaba, lo más cerca posible de sus labios.
Precaución cero.
Traducir palabras como mesura, paciencia, lógica o razón
al lenguaje del deseo no es una tarea que me agrade.
Alargar el trámite de la espera, mucho menos aún.
En apenas 3 meses el recorrido de mis ansias se hizo atrás y
adelante varias veces. Revisé mis huellas, las suyas, empapé
las palabras de calma, puedo asegurarlo, pero me desmintió,
experta como es, en desmontar mis claves.
Renuncié a la explosión inmediata , medié conmigo
y el campo de batalla ardió cuando nos cruzamos.
En este trance, la audacia consiste en aprender
mecanismos alternativos a la relación habitual,
el enamoramiento por K.O. sensorial, y pasar al plan X,
que no es ninguno.
Y me sirve no tener un plan, ¿quién lo iba a decir?
El plan desconocido es infinitamente rico, complicado si se quiere,
innegable, pero pleno y sorprendente.
La siento poderosa , como una inyección de adrenalina,
y no huyo, ahh!
Adoro el riesgo de saberla en algún lugar desprovisto de contraseñas,
donde quizá los días no sean lo que se espera, y las noches,
aún menos, o más, porque ese es el enigma.
La realidad vertida con su inmenso caudal,
a veces de vino y a veces de sed, sin mansendumbre alguna.

Lo que debiera callar, eso va a decírmelo, sin duda. Es su naturaleza.
La mía: decir, desbordarme aunque me cueste el enésimo adiós,
pero sé que no va a ser el último.