miércoles, 20 de enero de 2010

Balance de viejos propósitos

Me subí al coche sobre las 13h. El trayecto duró unos 12 minutos.
Durante ese tiempo sonaron en la radio Michael Jackson, Freddy
Mercury(de los que no soy fan) y mi adorado Hilario Camacho.
Los tres muertos, pensé.
Mientras Hilario se deshacía con su Tristeza de Amor, yo recordaba
las innumerables ocasiones en que su música me había hecho llorar.
Esta navidad he llorado menos, de todas formas. No sé si
por rebeldía o sencillamente es que me estoy haciendo mayor.
Los años nos acercan a una tristeza distinta, creo. Esa de lo que
ya no puedes negar que sabes, aunque estaría bien hacerse la loca,
intentar repetir hazañas, olvidar y desaprender, o empezar de nuevo
con la convicción de que esta vez las cosas pueden ser de otra manera.

Miro la agenda de 2010. No niego que el año tiene nombre peliculero.
Algo ficticio, sí, pero con el encanto que encierran las ficciones. Sin
embargo es tan real. Se abre otra ventana por la que, con suerte,
miraré 365 días.

En 2009 terminé mirando un poco raro. La ventana de sus días se
me acabó por cerrar en las narices, definitivamente. Me golpeó con
la sed devuelta de años atrás, con la frustración, la consabida
depresión de los tiempos mejores que se fueron, la reiterada
crisis emocional y la maldita pregunta que no cambia aunque
cumpla mil años: Qué voy a hacer con mi vida?
Pues sí, no voy avergonzarme de tener que preguntar lo que no sé.
Siempre envidié a quién sabía qué hacer con su "tiempo" desde que
era apenas adolescente, porque me parecía que era la mejor manera
de no perder el dichoso material que encaja perfectamente
en los relojes y hace quebradizas nuestras alas, en caso de tenerlas.
Con el paso de los años, me creí la ilusión de que la mejor manera
de pasar por aquí, era hacer cuantas más "cosas" mejor, dedicarme
a vivir cada vez de una forma, como una amante polígama que
a veces flirtea con una profesión, que recala en otra casualmente,
que "estudia" cosas inservibles en sentido pragmático, como una
adolescente , en realidad, o peor aún, como una retroadolescente,
sí, ya sé, el corrector me avisa de que he metido la pata, pero no
creo que se trate de ortografía, no es ese error el que me ocupa.
Son todos los errores, incluso los que no reconozco como tales.
Los que me han llevado a meterme en la piel de un ser que en
ocasiones se me parece y otras me resulta tan ajeno.
Cuando termina el año, esta vez algo después de que haya empezado
el siguiente, los propósitos no son dejar de fumar o ir al gimnasio,
ni siquiera estudiar inglés, aunque falta me haría, pero no,
los propósitos son poder mirarme al espejo y reconocerme.
Y es que a veces, no sé si me estoy perdiendo en esta búsqueda
intangible que me hace maximizar los deseos y minimizar las
realidades.
El desencanto está asegurado, sin duda alguna.
Según el psicólogo Barry Schwartz, las personas nos dividimos
en maximizadoras y satisfactoras. Es decir, unas queremos lo mejor
de todo, tengamos o no constancia de su existencia, y otras valoran
tener lo suficiente para estar bien. No somos más felices por tener
más donde elegir, de hecho, el asunto de la elección aunque nos
haga más libres, nos ahoga.
Por lo tanto, más es menos, según la entrevista que le hacía
E. Punset.
La cuestión es : en qué momento hay que dejar de buscar la mejor
opción?

Tengo que concluir que no existe la posibilidad de cambiar esto
a mitad de camino, es decir, si no salta una alarma que nos
ponga en órbita, si no distinguimos entre lo mejor o más razonable
de cada posibilidad, siempre cabrá la sospecha de que lo mejor
está por llegar.

Me abruma no saber cuándo me han contado este cuento y por qué
no lo puse en duda.

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