En palabras de Guattari, autor de Tres ecologías y motivador de este escrito, sin un modelo ecosófico estamos desamparados.
La ecosofía, en términos globales, es tan imposible como la igualdad
entre personas o la defensa real de los derechos humanos, obviamente teniendo
en cuenta el contexto sociopolítico actual. Sin embargo, unificar visiones respecto
a la ecología ambiental no nos parece extraño, es, desgraciadamente, el único
aspecto que parecen respetar, entre comillas, algunos gobiernos.
Igualmente, defiende Guattari, la ecología social y la mental conforman ,
junto con la anterior, un todo indisoluble. El texto de Guattari es explícito y
revolucionario pese a los años transcurridos desde su edición. Y lo es porque
poco se ha argumentado mejor o nuevo. Es más, éste continua en los albores de
la utopía.
Que un texto de indudable sustento social no tenga necesidad de renovarse en 20 años o más, sí que es sintomático. Nuestra sociedad padece el mal de la ceguera cerebral, sólo resquebrajada por movimientos arrítmicos, aleatorios y controlados concienzudamente por el capitalismo. Vivimos en un sistema que, pese a haber mostrado abiertamente sus carencias, la sociedad ampara sin el menor reparo en muchos casos y grandes contradicciones en otros. Pero la confrontación real con el sistema existe en algunos núcleos, no por minoritarios desdeñables, y, cada vez más, ocasiona descalabros abrumadores, de momento intelectuales, ya que colapsan una concepción arraigada desde el nacimiento del capitalismo y la vinculación al mismo de las pseudodemocracias occidentales. Pero el eco que estas fisuras reproducen no alude a otra cosa que al quebrantamiento definitivo de un caparazón armado a base de laceraciones flagrantes del sentimiento colectivo e individual de ser sin pertenecer, contra la subjetividad que emerge y la colectividad que crea y crece respetando la singularidad.
Que un texto de indudable sustento social no tenga necesidad de renovarse en 20 años o más, sí que es sintomático. Nuestra sociedad padece el mal de la ceguera cerebral, sólo resquebrajada por movimientos arrítmicos, aleatorios y controlados concienzudamente por el capitalismo. Vivimos en un sistema que, pese a haber mostrado abiertamente sus carencias, la sociedad ampara sin el menor reparo en muchos casos y grandes contradicciones en otros. Pero la confrontación real con el sistema existe en algunos núcleos, no por minoritarios desdeñables, y, cada vez más, ocasiona descalabros abrumadores, de momento intelectuales, ya que colapsan una concepción arraigada desde el nacimiento del capitalismo y la vinculación al mismo de las pseudodemocracias occidentales. Pero el eco que estas fisuras reproducen no alude a otra cosa que al quebrantamiento definitivo de un caparazón armado a base de laceraciones flagrantes del sentimiento colectivo e individual de ser sin pertenecer, contra la subjetividad que emerge y la colectividad que crea y crece respetando la singularidad.
En contra de la opinión sesgada que concentra la información en minorías
desprotegidas, cabría matizar que tales minorías no existen salvo en el
discurso falaz que esgrimen los gobiernos. La población desprotegida ante las
leyes no es minoría. El abuso del Estado
no se orienta a una minoría. Las personas afectadas por prácticas que
atentan directamente contra los derechos humanos, no son minoría.
Si el sistema-gobierno-estado se empeña en refrendar los aspectos
minoritarios según sus intereses para salvar occidente y respaldar la
especulación tanto intelectual como económica agrediendo directamente a un
porcentaje amplio de la población, habremos de centrar la estrategia de manera
mayoritaria.
No estoy haciendo referencia a España-Europa-Comunidad canónica europea,
sino al conjunto de personas que padecen diariamente prácticas abusivas incluyendo esta última configuración
geopolítica.
La mayoría sobrevive con sueldos bajos, recortados paulatina o
abruptamente, incluso con la pérdida del empleo. La mayoría soporta la
contundente incompetencia de los gobernantes que amparan la corrupción, el
desarme moral y económico de la ciudadanía, la desigualdad y la connivencia con
exigencias externas de una minoría-gobernante de los países poderosos- y, en
consecuencia, la mayoría,
extendiendo fronteras o
borrándolas, porque hablamos de derechos y eso es lo único que no se ha
globalizado, padece hambre, violencia y discriminación, convive de manera
permanente con conflictos armados en apariencia indisolubles, y genera,
incomprensiblemente, la riqueza explotada por la minoría que, de hecho, posee
las redes económicas y políticas. Luego, a efectos globales, padecemos los
males que una minoría genera a partir de un abuso mayoritario.
¿Qué nos cabe esperar de un sistema que no concibe su propio fracaso y
arrastra, o pretende arrastrar tras de sí a la gran mayoría de la población?
¿Un sistema que amputa derechos deliberadamente y cuenta con el consenso
de las minorías que gobiernan el mundo?
Me cabe, nos cabe, la esperanza de que este sistema sea decapitado por la
mayoría.
Una mayoría plural de cualidad singular.
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