martes, 19 de noviembre de 2013

De regreso II




20:30. Pedaleo rumbo a mi noche con vosotros. El ipod reproduce de modo casi autónomo Fire in the mountain, el mismo tema con que me marché  el día anterior. Pretendía catalogarlo como himno de vuelta pero el destino quiso que fuera de doble recorrido. Una vez en la bici no atiendo al Ipod, bastante arriesgado es ya no llevar casco e ir por la carretera. Después, la cena, vuestra mirada singular y absorta, el oxígeno, el baño nocturno, los mil cojines con que intento acomodar tu dolorido cuerpo…no me habitúo, lo siento. Estoy pero me duele, y no debo decirlo. Te dejo acostada, papá mira la televisión y no soporto el atronador sonido que desparrama por toda la casa, me vuelve loca su falta de audición. Alguien habló sobre el efecto negativo de llamar sordos a los sordos, olvidé el eufemismo. Pido disculpas: mi padre está sordo como una tapia. Bajo a la calle para intentar alargar un poco el día, nada especial, charlas banales, una cerveza aquí, otra en la esquina, personas que conozco van y vienen, mis hermanos dan vuelta para desear felices sueños y comprobar que todo va bien. Nada va bien y no voy a decirlo, es probable que lo sepan.

22:30. Vuelvo a vuestro lado y entro en el cuarto. La máquina de oxígeno me despista, respira sola, incluso da señales de supervivencia, desconfío hasta que veo tu vientre en ascenso y descenso progresivo, no dejo de buscar en la oscuridad señales que otros ven, todo va bien. Nada va bien, me repito.
Busco mi pijama entre las bolsas negras de la percha, lo tengo. Leo La muerte de Iván Ilich y le quito una l, el otro día lo vi doble, efecto mariposa o etílico, le dupliqué las eles, pero me importa menos que nada. Este relato causa en mi el efecto de tres somníferos, es la cuestión principal. Sin embargo, no es un relato hueco. En el trasfondo de su muerte, está la vida que concibió de un solo modo, la alarma salta cuando el fluir de los acontecimientos no cuadra con su planificación exacta. La enfermedad y la muerte no estaban previstas. Menuda sorpresa.
Cierto que, de vez en cuando, apetece creer en algo, para perdurar o aplazar los deseos inasumibles para un futuro mejor, pero sólo es un recurso de la imaginación, volver a los 5 años y esperar a los reyes magos. 
El horizonte de expectativas es , básicamente, nulo. O está confundido.

7:30 Otro día cualquiera. Estoy en casa y reviso los horarios antes de ir a clase. Anoche, de nuevo en el trayecto de ida, sonó Asa y el mismo tema, me sorprendió, uso el ipod a diario, combinación aleatoria y display roto, no sé qué va a sonar,  raro que cuando voy a dormir con vosotros suene el mismo tema.
Intento que mi expresión no denote el malestar que siento, pero es imposible. Me fastidia – al margen de vuestra dependencia, que comprendo- el hecho de que ser mujer en el siglo XXI entrañe las  mismas convenciones de hace 50 años. Pero al fin y al cabo, estoy aquí de nuevo, atrapada en una responsabilidad que otros declinan para poner a salvo su salud mental y su tiempo de ocio. Mi salud mental pende de una tirolina de algodón de azúcar. Ahora odio el dulce.

Ha muerto Iván Ilich, previsible como lo son todas las muertes. Ingenuo hasta casi el último instante creyó sobrevivir a su propio espanto, a la certeza.
Ahora debo escoger otro libro para leer allí, y quizá sea uno que me acompañe más allá de la silla que hace de mesita o el flexo rojo, tal vez sea necesario integrar parte de mi vida en la vuestra, asumir el traslado de la lectura nocturna es un paso. Poco a poco, como Iván Ilich, reconozco mi error. Y por error entiendo que cuanto antes asimile que algo de mi estará con vosotros antes podré calmarme. Lo demás ya lo sé, nunca habéis salido de mi vida, pero yo sí.
Algunos creen que el pasado es un lastre, y ciertamente lo es, pero hay futuros que por certeros amenazan más, corroen  la entraña misma del futuro que no existe.
Sí, ya sé de las terapias, de acostumbrarse al dolor, de introducir un horario que distancie mi vida en mi de mi vida con vosotros, todo son eufemismos, sucedáneos para la rutina del miedo. No quiero que os vayáis y no soporto ver cómo os estáis yendo. Eso no va a cambiar. ¿Es que acaso diciendo esto atraeré la maldición? No, el corazón está ahí, la enfermedad, el transcurrir del tiempo, yo sólo lo digo pero lo saben todos.
No es nada excepcional, en eso estamos.

Mientras tanto, la vida transcurre opaca como un cuadro velado. Debió haber tanto ahí…pero la interpretación alcanza sólo donde llega la vista, nada puedo saber de lo oculto salvo que adivine la pasión, el deseo, los sueños…todo ello protegido o tal vez encadenado a cánones adversos, a épocas difíciles para engarzar una tela pesada con apenas pespuntes aprendidos de niña. Poco os enseñaron los libros sobre vivir. Ahora se dice mucho eso, vivir el presente, vivir a tope, lo raro es que los topes están antes que la vida en la mayoría de los casos. Abres una puerta y el tope apenas cede 10 centímetros. Tal vez hay que empujar más fuerte,  romper la puerta o cambiar de pasillo, cualquiera sabe. Yo he probado mil cosas y aún no encuentro el sentido de los topes. Sé que se fijan al suelo para no abrir la puerta más de lo preciso, pero la precisión debería ser más relativa.
Estoy cansada, cansada de este fuelle existencial. Igual el aire ruge como falta, y mi vida siempre fue así, estoy de acuerdo. Nunca aposté por algo indefinido, salvo la muerte. Como Chantal Maillard, sé que “ el infinito no existe, es la sorpresa de los límites”.
Entonces, ¿a qué tanto misterio? Iván Ilich, iluso; yo, ilusa; todos los que viven creyendo en la inmortalidad, ilusos; todos los que vivimos creyendo en cualquier cosa, ilusos igualmente. Nada es invariable, salvo el final de todo.

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