20:30. Pedaleo rumbo a mi noche
con vosotros. El ipod reproduce de modo casi autónomo Fire in the mountain, el
mismo tema con que me marché el
día anterior. Pretendía catalogarlo como himno de vuelta pero el destino quiso
que fuera de doble recorrido. Una vez en la bici no atiendo al Ipod, bastante
arriesgado es ya no llevar casco e ir por la carretera. Después, la cena,
vuestra mirada singular y absorta, el oxígeno, el baño nocturno, los mil
cojines con que intento acomodar tu dolorido cuerpo…no me habitúo, lo siento.
Estoy pero me duele, y no debo decirlo. Te dejo acostada, papá mira la
televisión y no soporto el atronador sonido que desparrama por toda la casa, me
vuelve loca su falta de audición. Alguien habló sobre el efecto negativo de
llamar sordos a los sordos, olvidé el eufemismo. Pido disculpas: mi padre está
sordo como una tapia. Bajo a la calle para intentar alargar un poco el día,
nada especial, charlas banales, una cerveza aquí, otra en la esquina, personas
que conozco van y vienen, mis hermanos dan vuelta para desear felices sueños y
comprobar que todo va bien. Nada va bien y no voy a decirlo, es probable que
lo sepan.
22:30. Vuelvo a vuestro lado y
entro en el cuarto. La máquina de oxígeno me despista, respira sola, incluso da
señales de supervivencia, desconfío hasta que veo tu vientre en ascenso y
descenso progresivo, no dejo de buscar en la oscuridad señales que otros ven,
todo va bien. Nada va bien, me repito.
Busco mi pijama entre las bolsas
negras de la percha, lo tengo. Leo La muerte de Iván Ilich y le quito una l, el
otro día lo vi doble, efecto mariposa o etílico, le dupliqué las eles, pero me
importa menos que nada. Este relato causa en mi el efecto de tres somníferos,
es la cuestión principal. Sin embargo, no es un relato hueco. En el trasfondo
de su muerte, está la vida que concibió de un solo modo, la alarma salta cuando
el fluir de los acontecimientos no cuadra con su planificación exacta. La
enfermedad y la muerte no estaban previstas. Menuda sorpresa.
Cierto que, de vez en cuando,
apetece creer en algo, para perdurar o aplazar los deseos inasumibles para un
futuro mejor, pero sólo es un recurso de la imaginación, volver a los 5 años y
esperar a los reyes magos.
El horizonte de expectativas es ,
básicamente, nulo. O está confundido.
7:30 Otro día cualquiera. Estoy
en casa y reviso los horarios antes de ir a clase. Anoche, de nuevo en el
trayecto de ida, sonó Asa y el mismo tema, me sorprendió, uso el ipod a diario,
combinación aleatoria y display roto, no sé qué va a sonar, raro que cuando voy a dormir con
vosotros suene el mismo tema.
Intento que mi expresión no
denote el malestar que siento, pero es imposible. Me fastidia – al margen de
vuestra dependencia, que comprendo- el hecho de que ser mujer en el siglo XXI
entrañe las mismas convenciones de
hace 50 años. Pero al fin y al cabo, estoy aquí de
nuevo, atrapada en una responsabilidad que otros declinan para poner a salvo su
salud mental y su tiempo de ocio. Mi salud mental pende de una tirolina de
algodón de azúcar. Ahora odio el dulce.
Ha muerto Iván Ilich, previsible
como lo son todas las muertes. Ingenuo hasta casi el último instante creyó
sobrevivir a su propio espanto, a la certeza.
Ahora debo escoger otro libro
para leer allí, y quizá sea uno que me acompañe más allá de la silla que hace
de mesita o el flexo rojo, tal vez sea necesario integrar parte de mi vida en
la vuestra, asumir el traslado de la lectura nocturna es un paso. Poco a poco,
como Iván Ilich, reconozco mi error. Y por error entiendo que cuanto antes
asimile que algo de mi estará con vosotros antes podré calmarme. Lo demás ya lo
sé, nunca habéis salido de mi vida, pero yo sí.
Algunos creen que el pasado es un
lastre, y ciertamente lo es, pero hay futuros que por certeros amenazan más,
corroen la entraña misma del
futuro que no existe.
Sí, ya sé de las terapias, de
acostumbrarse al dolor, de introducir un horario que distancie mi vida en mi de
mi vida con vosotros, todo son eufemismos, sucedáneos para la rutina del miedo.
No quiero que os vayáis y no soporto ver cómo os estáis yendo. Eso no va a
cambiar. ¿Es que acaso diciendo esto atraeré la maldición? No, el corazón está
ahí, la enfermedad, el transcurrir del tiempo, yo sólo lo digo pero lo saben
todos.
No es nada excepcional, en eso
estamos.
Mientras tanto, la vida
transcurre opaca como un cuadro velado. Debió haber tanto ahí…pero la
interpretación alcanza sólo donde llega la vista, nada puedo saber de lo oculto
salvo que adivine la pasión, el deseo, los sueños…todo ello protegido o tal vez
encadenado a cánones adversos, a épocas difíciles para engarzar una tela pesada
con apenas pespuntes aprendidos de niña. Poco os enseñaron los libros sobre
vivir. Ahora se dice mucho eso, vivir el presente, vivir a tope, lo raro es
que los topes están antes que la vida en la mayoría de los casos. Abres una
puerta y el tope apenas cede 10 centímetros. Tal vez hay que empujar más
fuerte, romper la puerta o cambiar
de pasillo, cualquiera sabe. Yo he probado mil cosas y aún no encuentro el
sentido de los topes. Sé que se fijan al suelo para no abrir la puerta más de
lo preciso, pero la precisión debería ser más relativa.
Estoy cansada, cansada de este fuelle
existencial. Igual el aire ruge como falta, y mi vida siempre fue así, estoy de
acuerdo. Nunca aposté
por algo indefinido, salvo la muerte. Como Chantal Maillard, sé que “ el
infinito no existe, es la sorpresa de los límites”.
Entonces, ¿a qué tanto misterio?
Iván Ilich, iluso; yo, ilusa; todos los que viven creyendo en la inmortalidad,
ilusos; todos los que vivimos creyendo en cualquier cosa, ilusos igualmente.
Nada es invariable, salvo el final de todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario