martes, 11 de enero de 2011

No smoking no drinks

Habíamos salido a fumar tras mi tercera cerveza y su segundo ron.
Desde la puerta del garito, donde habilitaron un cenicero con estética
de los 60, se escuchaba la música. Algo de jazz, no recuerdo bien qué.
Entonces el tipo se atravesó, se nos echó encima, literalmente.
Me han echado, dijo, por querer bailar. Nos reímos. Para bailar ve al Soul,
estamos en el Jazz, y en este local no se baila.
A 100 metros tienes uno en que sí, y tal vez no te echen.
No sé cuantas copas llevaba, pero a juzgar por su tambaleo, demasiadas.
Dando traspiés nos relató episodios de su vida que escuchamos con aparente
desinterés.
No quisimos ser desagradables con una persona semiconsciente, pero le
invité a dejarnos continuar la conversación en que andábamos inmersas,
y desestimó, también amablemente, la invitación. En lugar de marcharse,
tejió una historia sobre nosotras. Sus preguntas no sé si estaban orientadas,
las respuestas fueron sinceras, pero nada especial, entiendes? sí, y tú, también.
Y de repente, se convirtió en una especie de adivino. No preguntamos nada,
le mirábamos entre incrédulas y sorprendidas. El tipo hablaba como si
conociera nuestros mayores temores y anhelos. Advirtiendo, pronosticando...
nos definió e hizo un retrato interior según dedujo con dos palabras.
Por un momento le dimos credibilidad pese a todo lo extraño que resultaba.

Al cabo, supongo que sólo se trató de un cúmulo de casualidades que
en su monumental ceguera, paradójicamente, le dotaron de una increíble
lucidez, y vislumbró en nosotras a dos semejantes, impares perdidas,
melancólicas y a medio camino de una borrachera.
Él ya la llevaba, esa era su ventaja.

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