martes, 20 de julio de 2010

Las bicicletas son para los desamores

Resulta curioso el análisis que se puede hacer en función de este fiable y económico medio de transporte al relacionarlo directamente con la persona que lo posee , lo cede y quien, finalmente, lo usa.
Hace algo más de 2 años, regalé una bicicleta a mi pareja de entonces. Era una bici fantástica, para mi, claro, cierto aire revival, negra, sobria, con aspecto tranquilo pero vocación aventurera, más robusta que una de carreras pero no tan deportiva como las de montaña, un híbrido, como me gusta llamarla, porque refleja la construcción de la metáfora en que nos convertimos cuando no tenemos una sola definición al hilo de la realidad asumida y verificada por ? no sé, las marcas de bicicletas? Al poco de romper con mi pareja, (que me cedió amablemente la bici para usarla hasta que me hiciese con otra), me la robaron. Era un robo anunciado, debí haberlo previsto.
Conocía al ladrón, le veía con frecuencia en los alrededores de los círculos por los que me movía, los lugares de encuentro comunes. Lo solía encontrar e incluso varias veces hablé con él, y me mentía , claro. Le denuncié y hubo un juicio. Al tiempo quise retractarme y retirar la denuncia. Tal era mi convicción final de que la bici, realmente, no me pertenecía, no era legítimo que la recuperara. Durante el juicio, el juez alabó mi generosidad al eximir de culpa
a quién me la arrebató, pero en el transcurso de esos meses asumí perfectamente que debía tener otra bicicleta, una que fuese mía de verdad. Y la obtuve.
Recordé que 25 años atrás, compré una muy parecida a la que regalé. Se hallaba abandonada en el garaje de otro antiguo amor. La recuperé comida de polvo y grasa después de varios años sin que nadie echara cuentas de ella. La llevé a reparar, y dato curioso, casi todo funcionaba, la había abandonado por... no sé, por qué se abandonan la bicicletas? por qué nos olvidamos de algo y queremos otra cosa? La uso desde entonces, habitualmente, voy a clase, al trabajo, a encuentros con gente, hago deporte con ella, y de repente, en uno de estos encuentros, en el cine, surge otra historia. Y ella tiene una bici estupenda. Deportiva, nueva, de colores llamativos y muy funcional. Iniciamos una relación y nada fluye. Mi vieja bici corre más que su bici nueva. No nos ponemos de acuerdo. Hacemos grandes esfuerzos para conseguir lo que debiera obtenerse con facilidad. Nos amamos, nos odiamos, nos destrozamos, no queremos lo mismo... y un día me presta su bici. En mi salón, de pronto, su bici y la mía. Pero ambas en lados opuestos. No se toleran, no tienen nada que ver.
Ella apenas la usa, así que no la echa de menos. No la recoge, no la reclama. Durante meses habita mi salón desde la esquina de una librería. La mía se rompe de nuevo, por el uso, yo demando mucho más, demando y reclamo, de modo que acabo usando la suya, que me resulta incómoda, es funcional pero avanza más despacio, está preparada para terreno adverso, la mía lo está para todos los días. Necesito una bici para desplazarme por los días en todas las dimensiones posibles, los terrenos adversos deberían ser los menos. No tiene guardabarros, me mancho de agua cuando paso por un charco, no puedo ponerle alforjas en las que transportar mis cosas o la compra. No me sirve, en definitiva. Pero no la reclama, y yo, quizá no soy capaz de devolverla. Estamos en punto muerto. Las bicis no riman. Debo olvidar la bici que no me sirve y no insistir. Arreglar la mía, volver a empezar con lo que sé que funciona.
Sé lo que debería hacer. Sin embargo, cada mañana, salgo con ella, recorremos la ribera y bajamos los desniveles del parque hasta la orilla del río. Cada segundo que estoy en ella recuerdo lo incómoda que resulta, y entonces, por qué diablos no la suelto, o la dejo atada en la calle hasta que un transeúnte despistado o mi antiguo ladrón de bicicletas, repare en ella? Hay tantas cosas absurdas que una hace cuando está enamorada, que cuando se desenamora mejor rompe los cuadernos y borra las palabras, porque sería difícil explicar cómo hace una bicicleta para quedarse si no es porque la dejamos estar, y en un lugar preferente.

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