lunes, 26 de mayo de 2014

Diario de viaje I


Volé a Ámsterdam el 24 de mayo, fecha afortunada si odias, como yo, los efluvios constantes del anacronismo convertido en fiesta popular ineludible. Noche previa de cansancio mortal y desazón, tareas por cumplir no cumplidas y despropósitos a discreción.
El paisaje desde el avión me alejaba de un lugar acostumbrado a otro sin posibilidad de comparación temporal: hacía 18 años que estuve aquí por primera vez, aunque casi no lo supe. Era demasiado joven, más que entonces.
Paisaje añorado y no familiar, dos aspectos cautivadores.
En la primera mañana,  la ciudad fluye en los canales y dentro.
Indescriptible la sensación de pasear por un lugar soñado en sueños de verdad. Mercados, bares, gente afable, golosinas para el cerebro.
Te recuerdo en tu estrato. Ciudad provinciana anclada en viejos méritos indemostrables a estas alturas de la historia, aunque las Fuentes historicistas opinen lo contrario. Te recuerdo, pero anhelo no estar en el mismo sitio a no ser que estuvieras aquí, donde sé  que no puedes. Te escribo, envío mensajes, instantáneas del tiempo no pensado que transcurre a medias entre querer y no. Te recuerdo, te digo. Leo tus correos colmados del acontecer diario de las dudas que amparas y el soliloquio de la virtualidad, comunicación asincrónica sin parangón. Leo tu mensajes pero no atisbo el símil, es imposible contrastar el tiempo en Ámsterdam con el de una vieja ciudad que nunca ganó terreno al mar, nada más claro.
La ciudad donde vives, está plena de mujeres y hombres que no
te aman, que adormecen el deseo como seres pez mientras el río carece de expectativas, casi no es río, casi es estanque. Un río que no piensa en mar, sino en quedarse, en remover el agua en el molino de la esquina para irse a otro. La ambición es un límite certero vuelto del revés sobre sí mismo, acomplejado y torpe.
Me quedo en Ámsterdam, donde los veneros se renuevan con las corrientes alternas de agua y rebeldía, donde lo que hoy existe, mañana sólo estará en mi recuerdo. Y todo habrá cambiado. Por fortuna.

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