Diario de viaje II
Esto de estar en Ámsterdam tiene sus ventajas. Una se
acerca a los parques como si fuera la primera vez que ve las flores, lluvia
suave todo el día. Las plantas crecen solas y con apenas una chaqueta es
suficiente, si es prestada, mejor; si huele a ti, dos puntos.
¿Cuándo te dije que me gustaba la lluvia? Es cierto.
Sólo tengo algo más de precaución con el asfalto, las dos ruedas son muy
vulnerables a la lluvia. Más que
yo.
Paseamos. Algunos cafés aparecen a los ojos como un refugio de
otro tiempo, aquél en que se fumaba en los bares mientras sonaba jazz y el bourbon se tomaba a tragos cortos.
No es que cualquier tiempo pasado fuese mejor, es que
los cafés de franquicia que ahora crecen como setas , son intragables. Podría
estar en cualquier sitio siempre que conservara una pizca de integridad. Ignoro
cómo hemos llegado aquí, cómo nos hemos acostumbrado de tal modo al cartón
piedra. Pocos lugares se reservan a la autenticidad, pocos, casi ninguno. La
mayoría de las ciudades son suplantadas por un escenario de parque temático,
carecen de capacidad para inventar recursos y crecer de un modo
sostenible. Obviamente, no son las
ciudades, aunque consideremos que poseen una entidad suficiente para cautivar o
ser rechazadas, la ciudad no es sino la representación esquemática de quienes
la crearon, y no fue, podemos constatarlo, Italo Calvino. Ojalá! (Véase
Ciudades Invisibles) .
Al margen de esto , pero no al margen, en general nos
movemos diariamente entre cámaras de seguridad -¿seguridad para quién?-
pantallas mediáticas que inundan el horizonte- mas bien avasallan e invaden
nuestro tránsito- y estertores de espacios que agonizan mientras algún
especulador se frota las manos.
Aún no he visto eso en Ámsterdam. Los canales cumplen una función
histórica esencial y la conciencia de mantener el entorno aglutina algo más que
compartir un carril bici.
Se puede comprar cualquier cosa que una desee, no en
vano fue, desde los orígenes, una ciudad portuaria desde donde se creó una red
comercial a escala mundial. Tampoco es extraño que la burguesía, protagonista
por su gran papel frente al Antiguo Régimen, sentara sus bases aquí; ni parece raro asumir que comenzó así el interés coleccionista
de obras de arte… y la bolsa.
Sí, hay cosas que el mercantilismo trae, no todas
eran malas. Ahora he de cambiar mi idea sobre los sistemas políticos, pero no
sobre Ámsterdam. Aquí me siento bien, y estoy casi segura de que la mayoría de
obras de arte que exhiben en sus museos, no provienen de expolios como las de
los grandes museos de Alemania o
Gran Bretaña, por poner algún ejemplo reconocible.
En unos años veremos donde acabaron las obras robadas
durante la guerra de Irak…
Pero ahora estoy en Ámsterdam y el corazón me late al
ritmo del pedaleo. Sólo quiero una Heineken y besarte. Después de todo.