viernes, 30 de marzo de 2012

Una jornada particular, 29-M


“Un jornada particular “ no es sólo la excelente película dirigida por Ettore Scola y protagonizada por Sophia Loren y Marcello Mastroianni. En este caso quería referirme a la de ayer, 29-M, o al día en que la 1ª Huelga General del mandato del PP se convirtió en una farsa al estilo de las mejores obras del teatro del absurdo. Mientras miles de manifestantes – unos bajo la estela de las insignias, otros sobre la base de la conciencia- atravesábamos las calles, la ciudad se desperezaba como un festivo cualquiera. Los veladores se agazapaban a la espera del paso de la manifestación para desplegar sus (pan)cartas de cervezas y tapas. Los gritos ante el Corte Inglés, custodiado por unos cuantos agentes de policía, no alteraron el ritmo del semáforo más transitado de la ciudad que, minutos después, mostraba toda la “normalidad” de que somos capaces, la insolidaridad más absoluta.
No estoy de acuerdo con todas las acciones, como tampoco lo estoy cuando tras la “fiesta del fútbol” se queman contenedores o se destroza el mobiliario urbano. La única diferencia es que la acción de los piquetes enerva más a los-as ciudadanos-as que la violencia “común”, y por común aludo a la que se despoja de ideología, de contenido. Supongo que faltan referentes para constatar que la misma elocuencia no envuelve a los dos discursos.
Entiendo que una Huelga General no es el tránsito pactado de miles de personas como corderos de un lado a otro de la ciudad, sino la protesta más contundente que pueda haber contra un sistema establecido. ¿Se puede tal vez negar que la cifra de paro se acerca a los 6 millones de personas? ¿Y que esa cifra no está cerrada? ¿Es legítimo, sólo por criticar a los sindicatos, despojar de razón a esos 6 millones de personas? ¿Tenemos derecho a comparar la sutilidad de la coacción de las empresas a los-as trabajadores-as con los gritos a la puerta de un comercio o la rotura de un escaparate? Los gritos no despiden a nadie ni transforman su vida en un infierno, la reforma laboral sí, lo mismo que tantas acciones efectuadas en los últimos años para que la recesión no sea sólo económica. El receso está latente en la privatización de los servicios más elementales, aquellos que nos distinguían de los países gobernados por el capitalismo radical. 
Como escribía acertadamente E. Gil Calvo en el artículo de ayer en El País, “unos utilizan la política de la fobia, los otros, la del amedrentamiento”. Tendrían que aprender a hacer política simplemente por el bien común, algo que se presupone, pero que no se “presupuesta”, terrible paradoja.
El gobierno, precisamente, no tiene las manos limpias. Nosotros-as, tras la jornada particular de ayer, las tenemos –a lo sumo- tiznadas por la quema de algún contenedor, que por cierto, también se paga con nuestros impuestos.

Al menos, se garantiza que las fábricas de contenedores y las cristalerías no cerrarán, algo es algo.

Sólo de vez en cuando, justamente.


“De vez en cuando la vida te besa en la boca” J.M. Serrat

Y de vez en cuando la sencillez de las palabras desnudas nos sorprende, 
nos despoja de la retórica, va por delante, sin duda.
Pero la sorpresa no está quizá tanto en las palabras como en el hecho de 
que un beso en la boca puede ser cualquier  cosa. Cualquier cosa menos 
el desaliento. El beso físico, el roce de los labios no existe necesariamente, 
pero me acaricia el cerebro, o una parte dolorida de la piel, o tal vez se 
instala entre los músculos, ¿qué importa? Es un beso en la boca en toda regla.
Y no es amor platónico, no estoy hablando de eso. Estoy en la metáfora del 
dolor vencido, atenuado, finito, acabado, agonizante y leve.
No es preciso que el beso me atraviese para saber que está, saberlo es mi
ventaja. Nada me lo arrebata. Prescindo de la prisa, del vertebrado enjambre
de las matemáticas. En este momento, no necesito la geografía ni el calendario. 
Conozco el sitio exacto y el instante. ¿Cómo no conocerlo? Los verbos, 
los pronombres…la extensión de la Pampa… todo es irrelevante. 
Lo único certero es que deletreo un beso porque lo tengo dentro,  en la yema 
de los dedos, en los ojos, y nada que decir sobre su procedencia, pero llega 
a mi boca, porque los versos llegan a donde quieren aunque el destino los 
entretenga como el amor al tiempo, o tal vez al contrario.  
Las dudas no me implican, no por ahora. Está en mi boca, y a menudo, 
sólo por distracción, rozo mis labios, apenas, para sentirlo ahí.
Los besos de la vida son como caracolas, su espiral puede llegar 
al infinito, pese a que éste sea, querida Chantal, “la sorpresa de los límites”.