sábado, 2 de octubre de 2010

Sin título, al fin.

Aquella tarde miramos tristemente cuánto habíamos amado
en común. No hay que dramatizar, me dije, apenas cuatro cosas.
No hay que dramatizar. Sólo reconocer, con toda la razón que me
quede intacta, que no es mucha, que el amor es un juego solitario,
como sentencia E. Tusquets, y que al final de esta historia
compartíamos más que en toda la trayectoria, apenas visible ya,
de nuestro tiempo juntas.
Ahora hacíamos esfuerzos por entretejer la complicidad,
por darnos tiempo, treguas sin fin, placebos ilimitados. Ahora.
Sin embargo, cada palabra perdida arañaba la piel, nos desgastaba el
brillo de los ojos y casi se podía percibir, mirando fijamente,
un surquito de hiel ramificado desde la pupila atravesando
todo el globo ocular, matizando la luz, convirtiéndola apenas en
un candil reservado a emergencias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario