Tengo una amiga que cada vez que
viaja, y lo hace con frecuencia, me envía una postal desde la ciudad en que se
encuentra. Es algo que me gusta, un ritual mantenido en el tiempo que nada
tiene que ver con la tradición impuesta. Semanas después de su regreso, recibo
la postal, y en ese instante se actualizan las emociones. Habitualmente nos
comunicamos de otro modo, la inmediatez de Internet resulta abrumadora y,
aunque reconozco sus posibilidades casi infinitas, la estimo, en ocasiones,
desproporcionada.
Tal desproporción no responde
sino a la pérdida de privacidad: alguien sabe que hemos recibido un mensaje y
no hemos contestado de inmediato; alguien conoce exactamente nuestra ubicación;
los detalles de nuestra biografía; las páginas que visitamos; el momento
preciso en que aparecimos por un foro y etcéteras que llenarían
varias páginas. Alguien, obviamente, suma beneficios con toda esa información
en apariencia inocua. Conocemos los ajustes necesarios para
limitar la información que vertemos a la red, sin embargo, todo ello supone un
esfuerzo añadido cuando no, el mal funcionamiento de algunas aplicaciones. La
existencia de estas redes no nos obliga a permanecer en ellas, si bien es
cierto que eso nos relegaría a la puerta trasera de la actualidad. La sincronía
es el nuevo grial.
Un poco de historia. Recuerdo un trabajo de Sophie
Calle elaborado a raíz del hallazgo casual de una agenda. Dicha agenda le
sirvió para investigar sobre la vida privada del dueño de la libreta,
lo publicó sin demasiadas precauciones dado que el aludido se percató.
Las consecuencias de ese proyecto desvelaron cuán importantes son la privacidad
y el uso que de los datos ajenos pueda hacerse. Pero la cuestión, en su momento
denostada, no va más allá de una creación artística con la excusa del des-conocimiento y la investigación. La intención no es juzgar ese trabajo, por lo demás interesante, sino reflexionar sobre el hecho de llevar a todas partes un aparato que alberga tanta información personal. ¿Qué podría hacer
Sophie Calle de hallar un móvil cargado no sólo con nombres y direcciones,
sino con imágenes, conversaciones privadas, mensajes de amor o desamor,
archivos de todo tipo perfectamente datados, música, historial de navegación,
ubicación… se podría hacer un
retrato perfecto sin necesidad de investigar gran cosa. En un minuto, perder el
móvil, la tablet, o el acceso a nuestros datos de alguien sin escrúpulos,
pondrá patas arriba nuestra vida. No sé si la real o la virtual, porque ignoro
hasta qué punto pueden distinguirse.
Estoy divagando, lo sé. Marca de
la casa. Lo que considero trascendente de todo esto es la comunicación y creo que, realmente, es
asincrónica en general. El intercambio, por muy sincrónico que parezca o sea,
no responde a la realidad del mismo modo que no lo hace una conversación
sostenida en distintos planos de interés y motivación aunque las personas se
miren a los ojos. Cada cual ampara sus deseos y aparece o desaparece de la
secuencia comunicativa con frecuencias alternas. Por tanto, ¿qué hay de la
comunicación asincrónica? Prefiero saber la verdad, lo esencial o lo
importante en cualquier momento, no tiene que ser ya. Ahora tal vez no
esté, tal vez estoy, tal vez no
estás, pero algunos mensajes son intemporales. Pese a todo, hay días en que permanezco alerta sobre temas que considero de máximo interés, y con toda la
sincronía a disposición, no consigo enterarme salvo de que un expresidente del
gobierno español lleva nosécuantos días a punto de morir. Esa es la noticia
sincrónica mientras el país sale a la calle movido por una agonía que mantiene exhausta a
millones de personas, personas a las que la transición y sus artífices
engañaron durante casi 40 años más, esa es la sincronía de la información, el
sello del siglo 21, con todos los avances tecnológicos posibles y tratando al
80% de la ciudadanía como a corderos tras 40 años de transición.
Las alternativas de información no están al alcance de todos, ni todos los que tienen acceso a ella la usan como canal salvo para contar tonterías, los profanos, y mentiras, los entendidos. Estoy saturada de pegoletes, que dicen en mi ciudad, chorradas que entretienen y no alimentan.
Las alternativas de información no están al alcance de todos, ni todos los que tienen acceso a ella la usan como canal salvo para contar tonterías, los profanos, y mentiras, los entendidos. Estoy saturada de pegoletes, que dicen en mi ciudad, chorradas que entretienen y no alimentan.
En la madrugada del 22 de Marzo conseguí ver
algunas imágenes de las “Marchas de la Dignidad”. Resulta que eran sobre
contenedores quemados, pedradas y detenciones. ¿Dónde está el resto de
la información? No justifico la violencia, pero a lo mejor la gente quema los
contenedores harta de que éstos no alojen la auténtica basura. Nos enseñaron que
cada cosa ocupa un lugar . En la vida real, los contenedores contienen enseres
que les sirven a otras personas más pobres que nosotros y la basura gobierna y
empobrece a los que necesitan recoger cosas de esos contenedores. ¿Tiene esto algún
sentido? No lo encuentro. En cualquier caso no es anacrónico. El sentido lo justifican quienes perpetúan su estatus de poder a costa de acaparar recursos que deberían abastecer a todo el
planeta. Esto es algo que lleva ocurriendo mucho tiempo atrás. Ahora es noticia
porque occidente se divide en muymuyricos y pobres. Es duro pertenecer al “tercer”
mundo que inventó el primero, ¿verdad? Sobre todo porque es sincrónico. Pero no
esperamos leerlo en twitter.