martes, 9 de abril de 2013

¿De cine?


La sesión había comenzado cuando caí rendida en el sofá.
El sábado me desbordó el trabajo. El domingo, tras un funeral, regresé a casa con la energía justa para salir a correr. Resultó curioso que durante la carrera volviera  a coincidir con algunas personas presentes en el funeral, ahora de paseo con sus hijos-as , en bicicleta o a pie… mientras yo corría junto al río, un amigo querido despedía a su madre para siempre, hasta nunca.
Quise desconectar de mí, el mundo estaba fuera y  la película dentro. Del mismo modo que en la vida, nos adaptamos  a lo que va surgiendo con mayor o menor suerte. 
Amor y otros desastres, Alek Keshishian, 2006, fue el título elegido entre la maraña de canales absurdos con que nos atormenta la televisión.
El film, agradable, sólo necesitaba eso. El guión, comedia trufada de pequeños escalones donde quedarse a pensar, si una quería, mínimo exigible. Me agradan las películas sobre relaciones humanas, no románticas en exceso, tanto si hablamos del uso tópico o artístico del término. Ahora me aburren por igual el pasteleo y el drama compungido. Mi personaje, al que seguí y  me enganchó para no apagar el televisor: un guionista homosexual en constante búsqueda de la relación ideal en el lugar-persona equivocado-a. Por momentos se asemejaba a una paráfrasis vital que reconocía en extremo. Enredos más o menos logrados, a la usanza, no hay que obviar el carácter industrial del cine, estoy de acuerdo. Su mejor amiga, una chica atrapada entre el papel de celestina y el de Holly de Breakfast at Tiffany's, Blake Edwards, 1961. Difícil cocktail, aunque todo depende de la adaptación. El personaje igualmente resultaba familiar, miedo al compromiso, sexo sin amor, amor sin sexo… en el cine…la vida a ratos.
Bien entendido todo es salvable, se trata de ficción, obvio. La vida es insalvable en muchos casos.
Planteada la trama, casi todo puede ocurrir,  tras la astucia de barajar opciones de triunfo o fracaso se nos presenta la auténtica dificultad: hora y media de entretenimiento no es suficiente para saldar el día.
Hice amagos de trabajar, tan torpes que ni me di por enterada. Continué en el sofá, ¿la tarde de los protagonistas gays? Lo ignoro. Como los demás, el título de la siguiente, Vincent Garenq, 2008.
Un chico homosexual que desea ser padre se enfrenta a todas las dificultades posibles que, también en la realidad, nos afectan. Ruptura de pareja por desacuerdos en este punto, adopciones frustradas por su orientación sexual, vientres de alquiler… lo mejor: el accidente de coche ( encuentro-choque ) en el que Fina entra en escena, finalmente mantienen una amistad apasionada entendida por ambos de distinta manera. De nuevo la vida en el cine… a ratos. Pero no estoy para hablar de cine.

Esa tarde me quedó la certeza de que amar es desastroso desde cualquier punto de vista. Si existe continuidad, al primer espasmo cerebral le sucede la rutina que descarta, casi de manera tajante, la motivación. En caso contrario, el olvido. ¿Tal vez se trata de una mera elección…? No me lo creo, nunca pude comprobarlo.

Pretexto: distancia, contexto: Banville: "las palabras no sienten vergüenza y nunca se sorprenden" ,  Antigua luz,  Alfaguara, 2012.
Texto: Ausente. Otro modo de comunicación, si se quiere, basta con el silencio.
Prefiguración: Amor intermitente. Figuración: deseo intermitente, deseo…Configuración: duda …

Hoy duele la piel; duelen los labios, rotos de besos…
Mañana, otra escotadura. Otro lugar que habitaré con ansia hasta el día siguiente…para volver a empezar…sin demora.
Inexorablemente, tú harás lo mismo. El tiempo verbal es aleatorio.

Precontexto: impaciencia proxémica. Insisto, "las palabras no sienten vergüenza...". Los gestos ignorados tampoco, añado.
¿Cálculo aproximado de error? Imposible.

lunes, 1 de abril de 2013

Sobre la proxemia


Últimamente me siento fascinada por el lenguaje. Siempre me sedujo de un modo peculiar, compruebo que exceder sus límites atrae. La conversación gira y se enreda mezclada a partes iguales con tequila y café. No es apto para todos los paladares, me consta... o no. Depende de la proxemia.

En nuestros días la aculturación se produce en términos semejantes al comercio fenicio. Unidas a los productos importados o exportados, van las palabras. Antes que las costumbres o  la cultura, adoptamos el modismo. El lenguaje se acerca a nuestros cerebros ocupando el hueco de la necesidad o la carencia, ambivalente y amplia. En ocasiones, la colonización se efectúa sin requerimientos previos, puede tratarse tanto de un tópico como de una moda, lugares comunes. La injerencia de términos ajenos no se cuestiona, se asimila a nuestra piel demudada por estaciones, temporales o de tránsito real.

No obstante, algo extraño sucede cuando adoptamos las palabras por afinidad o  pura seducción: el lenguaje proxémico. Una suerte de conjugaciones externas que ejercen, con grados, atracciones en distintos sentidos, la sorpresa altera el espacio entre dos puntos cuya distancia más corta no ha de medirse, necesariamente, en línea recta. Más bien ondea como una espiral abierta en ambos extremos, incluso con puntos suspensivos.
En ese instante la percepción de la realidad es por completo permutable, confluyen las ideas, la gestualidad y el riesgo, mientras la combinación de letras se enmaraña en los rizos de un capricho que obvia los límites: trascenderlos es sólo cuestión de palabras.
Definitivamente, diría alguien, hablar es una zona erógena.