domingo, 29 de abril de 2012

La habitación de T.

Tras varias horas de viaje llegué a Barcelona el 3 de Abril por la tarde. Recuerdo las primeras palabras de Sam en el aeropuerto,“ creí que eras más alta”, yo también, pensé, creí que era más alta. Besos, risas, tapas, cervezas, más abrazos, más risas… pasada la medianoche me instalé en la habitación de T. Me recordó vagamente a un lugar conocido aunque al instante no supe nombrarlo. Justo antes de dormir averigüé que estaba en una de las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, ¿el nombre? Tendría que pensarlo, y probablemente, sería una ciudad recreada en varias. En ella me sentí abrazada por personajes de cuento. Para llegar, como en cualquier ciudad amurallada que se precie, hube de escalar. Deliberé con los guardianes e intercambié mi transida memoria por una más fresca, adaptada al momento.
En la ciudad la consigna era el juego. A veces éramos monstruos y otras personajes de “La guerra de las galaxias” en pijama. T. reía constantemente, Sam reía y preguntaba, reflexionaba sobre las respuestas y volvía a preguntar.
Yo, reía, preguntaba y salía a fumar haciendo tiempo para entender las respuestas, no las de Sam, las mías. Sam lo tenía claro.

En noches sucesivas, la habitación de T. se metamorfoseó . En esta ocasión, era una estancia sobria con dos camas en las que repartí, de manera desigual tanto el agotamiento como el estrés emocional de los últimos días. La casa se hallaba en un pueblo cercano al mar donde no dejó de llover en todo el tiempo. Desde el balancín de la terraza contemplaba las viviendas escalonadas en la ladera mientras hacía bocetos del jardín y el huerto.  La siguiente noche, la habitación de T., semejante al camarote del capitán de un barco, me dejó con la melancolía de la madurez y los sueños vencidos. Añoré la primera habitación, en la que T. me inundó con su karma infantil, su risa, su calma de niño adorado y la seguridad de sus juegos. De los sueños de la primera extraje paz. De la segunda, consciencia.
Durante tres días Sam continuó preguntando, en el jardín, en el huerto o en el frontón que utilizábamos como improvisado campo de fútbol. ¿Por qué fumas? Mi respuesta me dolió tanto que quise borrarla. Pero él lo entendió perfectamente. Me abrazó, y de vuelta a casa, se quedó dormido en el coche. No pude despedirme de él. Sin embargo, me despedí de la parte de mi vida que en aquellos días se revolvió violentamente. 

Las habitaciones en que dormimos son testigos de fenómenos extraños y de los cambios que se operan en nuestro interior, al tiempo que los sueños se intercalan como agujas en un bastidor. En el haz aparecen los colores y la trama en todo su esplendor, es en el envés donde se aprecian los nudos y la dificultad del bordado. Y es, por definición, donde el bordado se transforma en un extraño tatuaje de trazo irreconocible y dolor conocido, aunque sea, definitivamente, el último dolor previsto. 

"Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno", (Borges).


domingo, 1 de abril de 2012

Tránsitos de riesgo


Iniciar un trayecto suele ser muy sencillo, basta seguir la línea de los días,
aparcar en el lugar indicado, mostrar respeto, las normas, las personas,
las señales, etcétera.
Detener el trayecto de súbito, como hachazo en el aire, aún no está previsto.
El resultado puede ser, cuando menos, traumático.
La distancia, que casi nadie aplica, volatiliza la seguridad en un instante.
Te empotras contra alguien, desplazas el corazón de su sitio, rompes el 
esternón, que a estas alturas, navega tibiamente por la sangre que borbotea 
del pecho. En un momento querrás hacer que se sienta mejor, colocar su 
cabeza sobre algo blando, que perciba tu rostro, tu voz amable, no te 
preocupes, dices, todo irá bien.
Al instante, los servicios de urgencias ratifican lo que estabas pensando.
Nada pudimos hacer, para cuando llegamos el cadáver lloraba 
desconsoladamente.
Deberíamos tener más cuidado si circulamos por la vida de alguien.
Los hospitales están saturados de corazones en silla de ruedas.
Lesión irreversible.