miércoles, 12 de enero de 2011

¿Decrecer, no crecer, desaparecer?

Decrecer

(Del lat. vulg. minuāre, por minuĕre).

1. intr. Dicho de una cosa: Disminuir o irse consumiendo física o moralmente.

2. intr. Dicho de la Luna: Disminuir su parte iluminada visible desde la Tierra.

3. intr. En las labores de punto o ganchillo, ir reduciendo los puntos, para que resulte disminuido su número en la vuelta siguiente. U. t. c. tr.

4. intr. ant. Faltar lo que debiera o quisiera tenerse.

5. tr. Disminuir o aminorar.


Tengo la sensación de que la famosa teoría del decrecimiento,es sólo una manera más de decirnos que somos unos-as ineptos-as. Intentaré explicarme, para no parecer cínica.

Se trata, por lo visto, de vivir con lo necesario, o evitar lo superfluo. En eso habría para mucho debate. Porque lo necesario creo, no es lo básico, aunque los límites se confundan ostensiblemente dependiendo de los casos.

Lo básico, según la teoría de Maslow, sería , actualizando época y sociedad, trabajar o heredar, tener dinero para hacer frente a los gastos de casa, comida, luz, gas, desplazamientos, comunidad, ropa…pero he aquí que eso forma parte de un todo necesario: la independencia. Independencia inexistente si se carece de un medio con el que ganarse la vida. Independencia también gradualmente mermada si no existe la posibilidad de comunicación, teléfono, internet, acceso a una educación de calidad, formación especializada, conocimiento…elementos, en definitiva, que nos permitan “competir”, en términos de igualdad de oportunidades y conseguir los objetivos propuestos, a saber, tener un trabajo digno, un lugar donde vivir y coraje para continuar con el resto de actividades “necesarias” para que nuestra existencia se aleje, racional o razonablemente, de la de los animales.

Obvio es que una persona dependiente genera cierto desasosiego a su alrededor. En la jerarquía de Maslow, las relaciones afectivas se sitúan varios grados por encima de las cuestiones realmente básicas, asunto que, por momentos, no sé si comparto. En principio, porque la persona decrecida no se manifiesta incapaz de relacionarse, más bien la alienación parte de otras direcciones, no de sí misma. Si fuera de otro modo, las redes sociales habrían fracasado y no existirían motivos para semejante escaparate de “amistades y afinidades” en un afán desmesurado por mostrarse al mundo, sin embargo, dichas redes están abarrotadas de personas con necesidades afectivas, sin trabajo, sin éxito profesional, -allá cada cual con sus razones-. Esto sólo demuestra que los escalones de la pirámide son resbaladizos, la transversalidad es evidente, aunque el diccionario no reconozca la palabra.

El movimiento en pos del decrecimiento quiere animarnos a vivir con menos, ¿...?. A cuestionar la manera en que nos enfrentamos a la continua desvalorización de nuestra –de por sí disminuida- capacidad de supervivencia.

No necesitamos manuales para vivir con menos, sino que los gobiernos y las oligarquías financieras reconozcan que las personas no somos menos por tener menos. En ese punto, no es que aprendamos a vivir con lo básico, que ya lo hacemos, sobradamente, sino que habrá conciencia de que de no somos culpables de lo que ocurre, y por tanto, no debemos pagar por ello. Algo está lo bastante claro: lo necesario no es el dinero. Es, por un lado, cambiar el concepto que se tiene de las personas que no lo poseemos. Y por otro, que el dinero valga menos. La base, creo, no es que nos adaptemos, sino que se generen posibilidades asequibles a las personas afectadas por el decrecimiento, lo que parece ser el síndrome o la plaga de este siglo, una que no conocíamos en occidente.

De otro modo, tomándolo con cierta ironía, ¿en qué consiste la teoría del decrecimiento?

¿Se trata de crear sociedades nuevas o en otro planeta?

¿De no comer o comer menos? ¿De no beber ni fumar?

¿De invertir la pirámide y que pasemos a estadios inferiores en los que peleemos por la comida o el asilo?

¿De aprender a conjugar el verbo decrecer en todos los idiomas?

¿Qué tal si nos hacemos una lobotomía solidaria para olvidar quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos?

No me cabe duda de que vivir en el campo con cuatro gallinas y cuatro lechugas es una elección magnífica para la persona que considere esa opción como válida, pero no si me obligan a alquilar o malvender mi casa porque no puedo pagarla por cuestiones macroeconómicas que me han "decrecido" en contra de mi voluntad.

No voy a negar que, de hecho, la palabra decrecer me cae mal. Padezco intolerancia a los eufemismos. Sírvanme una hipoteca decrecida, una cesta en el supermercado que no me deje la cuenta temblando, una tarifa plana muy muy plana…y un alojamiento en las nubes, ¿para qué frenar el sueño?.

El asunto es sencillo pero no simple. Se podría vivir con menos si vivir costara menos. Pero esa no es la realidad.

Entre tanto, por favor, no me tomen el pelo con teorías alternativas que no tienen fundamento real. Eso no es una alternativa, es una utopía, y nadie que conozca lo ha logrado sin que le corten el cuello, gratuitamente . Ya me lo corto yo, gracias.

Las revoluciones, trágicamente, no las hacen quienes quieren, sino quienes pueden. Los albergues están repletos de personas decrecidas. Y creo que no tienen lista de correo para recibir convocatorias.

martes, 11 de enero de 2011

No smoking no drinks

Habíamos salido a fumar tras mi tercera cerveza y su segundo ron.
Desde la puerta del garito, donde habilitaron un cenicero con estética
de los 60, se escuchaba la música. Algo de jazz, no recuerdo bien qué.
Entonces el tipo se atravesó, se nos echó encima, literalmente.
Me han echado, dijo, por querer bailar. Nos reímos. Para bailar ve al Soul,
estamos en el Jazz, y en este local no se baila.
A 100 metros tienes uno en que sí, y tal vez no te echen.
No sé cuantas copas llevaba, pero a juzgar por su tambaleo, demasiadas.
Dando traspiés nos relató episodios de su vida que escuchamos con aparente
desinterés.
No quisimos ser desagradables con una persona semiconsciente, pero le
invité a dejarnos continuar la conversación en que andábamos inmersas,
y desestimó, también amablemente, la invitación. En lugar de marcharse,
tejió una historia sobre nosotras. Sus preguntas no sé si estaban orientadas,
las respuestas fueron sinceras, pero nada especial, entiendes? sí, y tú, también.
Y de repente, se convirtió en una especie de adivino. No preguntamos nada,
le mirábamos entre incrédulas y sorprendidas. El tipo hablaba como si
conociera nuestros mayores temores y anhelos. Advirtiendo, pronosticando...
nos definió e hizo un retrato interior según dedujo con dos palabras.
Por un momento le dimos credibilidad pese a todo lo extraño que resultaba.

Al cabo, supongo que sólo se trató de un cúmulo de casualidades que
en su monumental ceguera, paradójicamente, le dotaron de una increíble
lucidez, y vislumbró en nosotras a dos semejantes, impares perdidas,
melancólicas y a medio camino de una borrachera.
Él ya la llevaba, esa era su ventaja.

El último viaje

"Dos criaturas insaciables y condenadas a la decepción"

"Piensa en cuánto me quieres. No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero sí te pido que lo recuerdes. Pase lo que pase siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche"
Suave es la noche, F. S. Fitzgerald.


La vida es una tremenda tirana. Una línea infinitamente tenue separa el placer del dolor más absoluto. Sin dramatismo, así, tranquilamente, en un momento crece como un globo y nos eleva incluso por encima de las nubes con forma de algodón de azúcar, y al instante siguiente, otra nube con aspecto de dragón nos arranca las vísceras de una dentellada.

Desde hace días siento frío, un frío glacial e insobornable , un frío errático desde el cerebro a los talones. Y con ese equipaje, hicimos nuestro último viaje. Exactamente igual al que fuera el primero. Al mismo lugar, por los mismos motivos, la misma distancia y en el mismo tiempo. Doce horas para atravesarnos a nosotras mismas. En aquel primer viaje nos encontramos, en este, nos separamos. Entre tanto, muchos viajes, demasiados para acabar en el mismo sitio. Mil kilómetros sin besos, sin caricias, sabiendo que a cada letrero de la autopista le correspondía un pedazo de dolor más certero. En el trayecto adjudicaba a cada lugar conocido un trozo de nuestra historia. Cada kilómetro consumido devoraba una parte del poco tiempo que nos quedaba. Y al final, conducías más deprisa, tenías ganas de llegar, y yo tuve ganas de abrir la puerta súbitamente y desaparecer en la cuneta. No quería regresar a mi vida sin ti. Me bajé del coche poco antes de llegar a casa, mi equipaje a estas alturas sólo era una pequeña bolsa con algo de ropa, los tapones para los oídos y el cepillo de dientes. El espacio que te ocupé durante casi dos años.

Es lo que me queda, eso y el mismo frío que me hiela las yemas de los dedos mientras escribo.

lunes, 10 de enero de 2011

Epílogo

Como cada mañana, desenterré los pasos y puse la cafetera.

Al levantar la taza las telarañas trazaron un interrogante que se deslizó

suavemente hacia el interior del líquido oscuro.

Bebí, hasta el fondo. No supe entonces que los pasos estaban

detrás de la oscura mancha de café derramada en la mesa.

Tracé un dibujo concéntrico, las gotitas salpicaban los pasos y viceversa,

una línea extraída por distracción me llevó a la cafetera, de nuevo.

Pero los pasos ya andaban lejos, entre la escalera de atrás y el deseo

que huyó en tu busca, desatendido o desatentado, qué sé yo.

Al atardecer, con las manos hundidas en las pestañas, quise mirar la calle.

Me quité las gafas de cerca, volé los ojos tras las ventanas de enfrente,

el aparcamiento, la acera mojada. Todos los coches eran tu coche. Todas

las curvas eran tu recorrido. Todo mi cerebro era tu piel. Todos mis dedos

eran tu humedad, todo el vacío era yo.

Soñé. Y al despertar, volví sobre la mancha de café e intenté dibujar otra figura.

Y todas eran las cicatrices de tu espalda.